El sol se filtraba a través de la ventana, iluminando de manera suave el pequeño apartamento que Coromoto compartía con Ángel, aunque no de manera oficial.
Los días se habían convertido en una sucesión de encuentros furtivos y conversaciones llenas de ternura, pero también de una creciente incomodidad. Ya habían pasado varios meses desde que su relación comenzó, siete meses, y la intensidad de los sentimientos no había hecho más que aumentar. Sin embargo, con cada día que pasaba, también lo hacía el peso de la mentira, la carga de lo que ocultaba a su familia y especialmente, a sus hijos. Coromoto se encontraba sentada frente a la ventana. mirando cómo la luz del día transformaba las sombras, algo dentro de ella le decía que ya no podía seguir viviendo de esa manera, que su vida estaba dividida entre dos mundos: el de la realidad, con sus responsabilidades y su familia, y el de la pasión que había encontrado en Ángel, un amor que la hacía sentirse viva, deseada y completa. Pero, al mismo tiempo, sentía que la balanza pendía constantemente, y que cada movimiento que hiciera podría quebrar algo que aún no se atrevía a tocar. Ángel entró en la habitación, con su mirada cargada de preocupación. Había notado que algo no estaba bien, que Coromoto había estado distante en los últimos días, más pensativa que de costumbre. Su relación, que había comenzado con una intensidad arrolladora, ahora parecía estar marcada por un ocasional silencio incómodo, como si estuvieran atrapados en una espera interminable. —¿Coromoto? —su voz era suave, pero firme—. ¿Qué pasa? Llevo días sintiendo que algo no está bien. Coromoto lo miró, buscando en sus ojos la respuesta que aún no encontraba en los suyos. Su corazón latía con fuerza, luchando contra el remolino de pensamientos que la invadía. Sabía que su relación con Ángel no podía seguir en secreto para siempre, pero también sabía que dar el siguiente paso, dejar atrás todo lo que conocía, no sería fácil. No solo por ella misma, sino por sus hijos, por William, por todo lo que había construido durante años. —No lo sé, Ángel… —dijo finalmente, con la voz quebrada.— Siento que estoy atrapada. Mi vida está dividida entre lo que quiero y lo que debo hacer. No sé ¿cómo enfrentarme a todo esto?. Ángel se sentó a su lado, tomándole la mano con ternura, pero también con una firmeza que ella necesitaba en ese momento. Sabía que no podía hacerla tomar una decisión, pero la situación ya había llegado a un punto en el que no podían seguir escondiéndose de la verdad. —Lo entiendo —respondió él, con la voz más suave de lo que hubiera querido.— Pero no podemos vivir en la mentira Coromoto. ¿Cuánto más podemos seguir así? ¿Siguiendo en las sombras?. Tú sabes lo que siento por ti, y yo sé lo que sientes por mí. Pero sé que hay algo más que te está deteniendo. Coromoto cerró los ojos un momento, luchando contra las lágrimas que amenazaban con brotar. No podía evitarlo. El miedo era real, y el futuro se sentía incierto, tan lejano y tan cercano al mismo tiempo. Su matrimonio con William, aunque desgastado por la desconfianza y los problemas no resueltos, seguía siendo una estructura a la que inconscientemente se aferraba. Había hijos involucrados, había una vida que no podía destruir de un solo golpe, no sin pensar en las consecuencias. Y sin embargo, el amor que sentía por Ángel no podía ser ignorado. —Mis hijos… —murmuró, con la voz apenas audible— ¿Qué será de ellos si tomo esta decisión?. No puedo simplemente destruir nuestra familia, Ángel. No sé cómo hacerlo, No sé si soy capaz. Ángel la miró con compasión, pero también con la determinación de alguien que había estado esperando esa conversación durante mucho tiempo. Sabía que Coromoto temía perderlo todo, pero también comprendía que seguir viviendo en un matrimonio roto no era una solución a largo plazo, ni para ella ni para nadie. —No estoy pidiéndote que tomes una decisión ahora, Coromoto —dijo, apretando su mano con más fuerza.— Solo te pido que seas honesta contigo misma. Si sigues adelante con William, ¿será por ti? ¿Por lo que realmente quieres... O solo por miedo a lo que vendrá después?. Nadie puede vivir en un “quizá” para siempre. Las palabras de Ángel calaron hondo en su corazón. La verdad estaba allí, frente a ella, pero no quería aun Romper con William significaría enfrentarse a una vida que desconocía, una vida llena de dudas y desafíos que no estaba segura de poder soportar. La estabilidad que había buscado, la seguridad para sus hijos, todo eso podría venirse abajo con una sola decisión. Pero, por otro lado, vivir una mentira, seguir con un matrimonio que ya no la llenaba, seguir ocultando su amor por Ángel, también la desgarraba. Pasaron horas en silencio, y Coromoto no pudo dejar de pensar en lo que estaba en juego. Al final, la verdad seguía siendo la misma: tenía que decidir si seguir en su vida actual, en su matrimonio roto, o tomar la difícil decisión de reconstruir su nueva vida junto a Ángel. Cuando la noche llegó y las luces de la ciudad comenzaron a titilar, Coromoto se encontraba en la misma encrucijada. Ángel la había abrazado en silencio, dándole espacio para pensar, sin presionarla. Y aunque lo agradecía, el vacío en su pecho seguía creciendo. Se acostó esa noche con el corazón lleno de incertidumbre, sabiendo que tarde o temprano tendría que enfrentar la verdad. La decisión era suya, pero la vida que le esperaba, fuera cual fuera, la aterraba. ¿Podría romper con todo y reconstruir su futuro junto a Ángel? ¿O seguiría viviendo en una mentira, con el alma dividida entre lo que sentía y lo que temía? Solo el tiempo lo diría. Pero Coromoto sabía que el dilema del corazón no podía seguir esperando y tarde o temprano debería tomar esa importante desición.La noche caía sobre la ciudad con su usual manto de calma, pero en el pequeño apartamento de Ángel, el aire estaba cargado de una tensión diferente. Coromoto lo sabía desde que había cruzado la puerta: esa noche algo había cambiado. La rutina que se había vuelto tan familiar en los últimos meses, con sus miradas furtivas y sus conversaciones llenas de medias palabras, había dejado de ser suficiente. Había algo en el ambiente, algo en la manera en que Ángel la miraba, que la hacía sentir que se acercaban a un momento crucial. Se encontraba sentada en el sofá, observando cómo la luz suave de la lámpara bañaba el lugar, creando sombras que parecían moverse al ritmo de su propio pulso. Ángel, de pie cerca de la ventana, miraba hacia afuera, perdido en sus pensamientos, como si estuviera esperando algo que no podía controlar. Coromoto no podía evitar preguntarse si él también sentía la misma tensión, si compartía esa misma incertidumbre que la consumía por d
La relación de Coromoto y Ángel había sido una fuente constante de consuelo y angustia a la vez. Los días se sucedían con la misma rutina, pero el peso de su secreto la acosaba. En las profundidades de su ser, Coromoto sabía que vivía una mentira, pero la idea de enfrentarse a la cruda realidad parecía más aterradora que cualquier otra cosa.William, por su parte, se volvía cada vez más distante, cada vez más observador. Ya no eran solo las pequeñas cosas las que le molestaban; algo en su interior comenzaba a sospechar que había algo más, algo que ella intentaba ocultar con todas sus fuerzas. Lo peor de todo era que él, sin decir una palabra, empezaba a reaccionar con más agresividad. No había un detonante claro, pero las discusiones se volvían más intensas, más personales. Coromoto ya no podía soportarlo, y el miedo de que William descubriera toda la verdad la mantenía atrapada en un ciclo de angustia constante.Una tarde, m
Los días en la casa de Coromoto se volvieron una espiral de tensión creciente. La sensación de estar atrapada entre dos mundos se volvía cada vez más insoportable. William ya no era solo un hombre celoso o molesto; se había convertido en alguien impredecible, lleno de furia y desconfianza, algo en su comportamiento había cambiado, y Coromoto lo sabía. Había algo en su mirada, en sus gestos, que ya no podía ignorar, algo dentro de él le decía que había algo más, que ella ya no era la misma.Las tardes solían ser las más difíciles. Cuando William llegaba a casa después del trabajo, su presencia era una sombra que se cernía sobre cada rincón, cada espacio. Coromoto había aprendido a leer sus silencios, a medir sus palabras, a anticipar el momento en que la calma se rompiera. Y ese día, ese día llegó de manera inesperada, pero devastadora.Era una tarde cualquiera, lluviosa, con el sonido del agua golpeando el techo como una constante amenaza. Coromoto estaba en la cocina, preparan
El tiempo había pasado rápido, como una película que se proyecta en alta velocidad, haciendo que Coromoto no tuviera oportunidad de procesar del todo lo que había estado sucediendo en los últimos dias. Todo parecía estar en constante movimiento, y ella, atrapada en el torbellino de sus propios miedos y decisiones, no encontraba un lugar donde poder detenerse. La relación con Ángel había sido un refugio durante todos estos meses, una esperanza, una chispa de lo que podría haber sido una vida diferente. Pero esa vida no era tan fácil de alcanzar, no mientras estuviera atada a su matrimonio con William.La mañana de ese 30 de enero comenzó como cualquier otra, pero algo en el aire le decía a Coromoto que ese día sería distinto. El sol, a través de las cortinas, se colaba tímidamente en la habitación, como si estuviera tratando de iluminar su corazón, pero ella sabía que ese brillo no sería suficiente para alejar la oscuridad que sentía dentro de ella.La
El tiempo, sin piedad continuaba su marcha y con él, la tristeza de Ángel no hacía más que crecer.Cada día era una repetición del anterior, una cadena de horas vacías que solo servían para alimentar su melancolía. El paso de los días no traía consuelo ni olvido, solo acumulaba ausencias, recuerdos y preguntas sin respuesta.Las semanas se convirtieron en meses, y la ausencia de Coromoto lo envolvía como una niebla espesa e impenetrable.Cada amanecer llegaba sin esperanza, con el mismo nudo en el estómago, la misma sensación de desamparo. Se despertaba con los ojos abiertos al techo, como esperando una señal, un indicio de que ella regresaría, de que todo había sido una pesadilla. Pero nada cambiaba. El vacío era constante, inamovible.El teléfono seguía mudo, los mensajes sin respuesta, y la búsqueda que había iniciado no había dado frutos.Las pistas se desvanecían, los contactos cerraban puertas, los conocidos fingían ignorancia. Nadie sabía nada sobre su paradero, o quizás na
Todos tenemos una historia de amor que deseamos compartir, una historia que, aunque única y personal, resuena con las experiencias de muchos. Unas terminan con el sabor dulce de un final feliz, mientras que otras dejan en el alma cicatrices que nunca terminan de sanar. Algunas de estas historias se siguen escribiendo, con la esperanza de un nuevo capítulo; otras, sin embargo, quedaron atrás, detenidas en el tiempo, como cartas no enviadas, como recuerdos que se desvanecen con cada día que pasa.Cada uno de nosotros guarda en su pecho un amor que es imposible de olvidar: un amor secreto, que solo vive en las sombras de nuestra memoria. Un amor que tal vez nunca verá la luz, pero que perdura, inmortal en su fragilidad. Dicen que “es mejor haber amado y perdido que nunca haber amado”, pero ¿qué ocurre cuando, al perder, también se pierde una parte de uno mismo? ¿Vale la pena arriesgarlo todo por un amor que, al final, nos deja vacíos, con el corazón hecho trizas y la sonrisa perdida en a
La llegada a la terminal de buses de Santiago de chile fue un mar de emociones encontradas para Coromoto. Era la primera vez que veía un cielo diferente al de Maracay, su ciudad natal. El aire, seco y fresco, le rasgaba la piel de manera extraña, casi como si la estuvieran recibiendo con un abrazo brusco y distante. Mientras avanzaba junto a su familia en busca de su equipaje, un nudo se formaba en su estómago. No solo por la incertidumbre que sentía sobre el futuro, sino también por la nostalgia que la golpeaba con cada paso que daba sobre el suelo chileno.Había dejado atrás a su madre, a sus amigas, a los vecinos del barrio que conocían cada rincón de su vida. El sonido de las motos en Maracay, las risas en la esquina de su casa, las tardes de café con su amiga Rosa… todo eso parecía ahora tan lejano como un sueño perdido. Y lo peor de todo, pensaba Coromoto, era la sensación de que nada en su nueva vida la haría sentir tan en casa como antes.“Esto es solo temporal”, se repetía a
El sonido del reloj marcando las horas en la pared del salón parecía ser lo único que le daba forma a los días de Coromoto. Cada tictac resonaba en sus oídos como una meticulosa llamada al inevitable paso del tiempo. A medida que la mañana se alargaba, sus pensamientos se volvían más pesados, como si la rutina diaria de cuidar a los niños y atender la casa se hubiera convertido en un eco interminable de las mismas acciones: levantar a los niños, preparar el desayuno, ir al trabajo, regresar, ordenar, cenar, dormir… y todo de nuevo.William se había convertido en un espectador mudo de su vida. Su presencia en casa ya no era la de un compañero, sino la de una figura distante, como una sombra que se deslizaba por los pasillos sin atreverse a hacer contacto. Coromoto lo notaba, lo sentía en cada rincón, en cada silencio. Había una distancia palpable en su mirada, un vacío profundo en los gestos que antes fueron cálidos y llenos de vida. Su indiferencia la devoraba lentamente, como una lla