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CAPITULO 23: El adiós inesperado

El sol de la mañana colaba sus rayos a través de las cortinas, iluminando suavemente la sala de su casa.

Coromoto estaba en la cocina, absorta en la preparación de un café que necesitaba más que nunca.

Los últimos días habían sido una mezcla de sensaciones encontradas, entre la tranquilidad de estar con Ángel y la incertidumbre que aún se aferraba a su corazón.

Mientras la cafetera emitía su característico sonido, pensaba en Patricia, su amiga de siempre, y en la conversación que, sin saberlo, estaba a punto de cambiar algo dentro de ella.

Habían pasado ya varios días desde que Patricia había mencionado un mal presagio.

Las palabras de su amiga resonaban en su cabeza como un eco, incluso en los momentos más tranquilos.

Era un comentario inocente, al menos en apariencia, pero la tensión que traía consigo era palpable.

Hace varios días, Patricia había llegado al apartamento de Ángel sin previo aviso.

No era común que se presentara sin ser invitada, y eso fue lo que inquietó a Coromoto. Su amiga, con su característico acento colombiano, había hablado directamente y sin rodeos, como si no quisiera seguir con una carga que la atormentaba.

—Mira, Coromoto, Ángel… — comenzó Patricia, con una seriedad inusitada en su tono.

Tengo que ser honesta con ustedes. He tenido un sueño, y no es algo que pueda ignorar.

En ese sueño, vi cosas que no me dejan tranquila, y no me gusta lo que siento en el estómago. Algo me dice que esto que ustedes están haciendo no va a terminar bien.

No quiero involucrarme en problemas que no son directamente míos, especialmente si William se entera de que yo sé lo que está pasando aquí.

No sé cómo podría reaccionar, y… francamente, me da miedo.

Las palabras de Patricia golpearon como un vendaval.

Coromoto la miró fijamente, incapaz de encontrar una respuesta inmediata. Su amiga, a quien siempre había considerado leal, estaba tomando una decisión que la alejaba de ella. Pero lo peor de todo era el miedo que sentía por William, un miedo que nunca había sido tan claro como en ese momento.

—Patricia, no tienes por qué sentirte así… — dijo Ángel, intentando calmar la situación.

Entendemos que esto no es fácil para ti, y te agradecemos por ser honesta.

Pero Patricia, con los ojos llenos de determinación, levantó una mano, pidiendo silencio.

—No, Ángel. No quiero problemas con William, ni con nadie.

He sido amiga de Coromoto mucho tiempo, pero la lealtad que tengo hacia ella también me dice que no puedo ponerme en medio de esta situación.

No sé qué podría pasar si él se entera. Y no quiero que a mí me toque cargar con las consecuencias de algo que no tiene nada que ver conmigo.

Coromoto había guardado silencio todo el tiempo. Su corazón se rompía al ver cómo su amiga tomaba una decisión tan difícil, pero entendía las razones detrás de cada palabra.

William era un hombre impredecible, y no había garantía de que su ira no se desatara en cualquier momento. A pesar de la tristeza que sentía, comprendía la posición de Patricia.

—Está bien, Patricia. Te entiendo —dijo Coromoto finalmente, su voz quebrada, pero sincera.

Yo también tengo miedo. No quiero que te pongas en peligro por mí. Si es lo mejor para ti, entonces… no te preocupes, lo entiendo.

La despedida fue dolorosa, y Patricia se fue con el corazón en un nudo, pero con la certeza de que había hecho lo que creía correcto.

Coromoto y Ángel se quedaron en silencio, procesando lo sucedido.

La decisión de Patricia los había dejado vulnerables, pero también había reforzado algo entre ellos: sabían que, a pesar de todo, tenían que enfrentar las consecuencias de sus actos juntos.

Los días continuaron su curso, y la rutina diaria siguió adelante, marcada por una normalidad inquietante.

Coromoto regresó al trabajo, donde la ausencia de Patricia se notaba en cada rincón.

Las risas compartidas en el almuerzo, las charlas espontáneas, todo eso había desaparecido. Aunque entendía la decisión de su amiga, el vacío que dejaba era palpable.

El peso de la soledad comenzaba a ser más pesado de lo que había imaginado.

Por otro lado, la relación con Ángel continuó, pero de manera diferente. Aunque aún se veían, los encuentros se volvieron más cautelosos. Ya no podían ser tan abiertos, tan libres.

Las sombras del miedo y la culpa seguían acechando cada uno de sus momentos juntos. Se encontraban a escondidas, sin la libertad de antes, y el peso de la situación les robaba algo de la felicidad que habían compartido en los primeros días.

Se veían en lugares discretos, en cafés vacíos o en parques tranquilos, donde nadie pudiera reconocerlos, cuando no estaban juntos en el hospital.

Las sonrisas eran más contenidas, las caricias más tímidas.

Coromoto ya no podía ignorar que la vida había cambiado, y que, aunque sus sentimientos hacia Ángel no habían desaparecido, la realidad había puesto un freno a sus sueños.

—Nos estamos alejando de todo lo que pensábamos —dijo Coromoto una tarde, mientras caminaban juntos por el parque Almagro, sus manos entrelazadas con una mezcla de deseo y angustia.

—Lo sé —respondió Ángel, mirando al suelo—. Pero no podemos darnos el lujo de seguir viviendo en un mundo de ilusiones.

Esto no es fácil para ninguno de los dos. Pero aún así, aquí estamos.

Las palabras flotaron en el aire, pero nada parecía resolver la situación.

La verdad seguía siendo un peso insoportable, y aunque el amor entre ellos era real, no podían escapar de la sombra de lo que habían dejado atrás.

William seguía siendo una presencia silenciosa pero constante en sus vidas, y la realidad de la vida que Coromoto no había dejado atrás siempre los acechaba.

Con el paso de los días, la distancia entre Coromoto y Patricia se fue haciendo más evidente. Aunque intentaba buscar consuelo en Ángel, la pérdida de su amiga, la persona que había estado siempre allí para ella, le dolía profundamente. Al mismo tiempo, el temor de que William descubriera la verdad completa seguía estando presente, una amenaza constante sobre la que no podían cerrar los ojos.

El futuro, que antes parecía lleno de posibilidades, ahora se presentaba como un camino incierto y doloroso. Pero Coromoto sabía que, por ahora, todo lo que podía hacer era seguir adelante, mientras la vida continuaba a su alrededor. Y con cada paso, sentía cómo el peso de las decisiones tomadas las llevaba hacia un destino que aún no entendía del todo

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