El sol de la mañana colaba sus rayos a través de las cortinas, iluminando suavemente la sala de su casa.
Coromoto estaba en la cocina, absorta en la preparación de un café que necesitaba más que nunca. Los últimos días habían sido una mezcla de sensaciones encontradas, entre la tranquilidad de estar con Ángel y la incertidumbre que aún se aferraba a su corazón. Mientras la cafetera emitía su característico sonido, pensaba en Patricia, su amiga de siempre, y en la conversación que, sin saberlo, estaba a punto de cambiar algo dentro de ella. Habían pasado ya varios días desde que Patricia había mencionado un mal presagio. Las palabras de su amiga resonaban en su cabeza como un eco, incluso en los momentos más tranquilos. Era un comentario inocente, al menos en apariencia, pero la tensión que traía consigo era palpable. Hace varios días, Patricia había llegado al apartamento de Ángel sin previo aviso. No era común que se presentara sin ser invitada, y eso fue lo que inquietó a Coromoto. Su amiga, con su característico acento colombiano, había hablado directamente y sin rodeos, como si no quisiera seguir con una carga que la atormentaba. —Mira, Coromoto, Ángel… — comenzó Patricia, con una seriedad inusitada en su tono. Tengo que ser honesta con ustedes. He tenido un sueño, y no es algo que pueda ignorar. En ese sueño, vi cosas que no me dejan tranquila, y no me gusta lo que siento en el estómago. Algo me dice que esto que ustedes están haciendo no va a terminar bien. No quiero involucrarme en problemas que no son directamente míos, especialmente si William se entera de que yo sé lo que está pasando aquí. No sé cómo podría reaccionar, y… francamente, me da miedo. Las palabras de Patricia golpearon como un vendaval. Coromoto la miró fijamente, incapaz de encontrar una respuesta inmediata. Su amiga, a quien siempre había considerado leal, estaba tomando una decisión que la alejaba de ella. Pero lo peor de todo era el miedo que sentía por William, un miedo que nunca había sido tan claro como en ese momento. —Patricia, no tienes por qué sentirte así… — dijo Ángel, intentando calmar la situación. Entendemos que esto no es fácil para ti, y te agradecemos por ser honesta. Pero Patricia, con los ojos llenos de determinación, levantó una mano, pidiendo silencio. —No, Ángel. No quiero problemas con William, ni con nadie. He sido amiga de Coromoto mucho tiempo, pero la lealtad que tengo hacia ella también me dice que no puedo ponerme en medio de esta situación. No sé qué podría pasar si él se entera. Y no quiero que a mí me toque cargar con las consecuencias de algo que no tiene nada que ver conmigo. Coromoto había guardado silencio todo el tiempo. Su corazón se rompía al ver cómo su amiga tomaba una decisión tan difícil, pero entendía las razones detrás de cada palabra. William era un hombre impredecible, y no había garantía de que su ira no se desatara en cualquier momento. A pesar de la tristeza que sentía, comprendía la posición de Patricia. —Está bien, Patricia. Te entiendo —dijo Coromoto finalmente, su voz quebrada, pero sincera. Yo también tengo miedo. No quiero que te pongas en peligro por mí. Si es lo mejor para ti, entonces… no te preocupes, lo entiendo. La despedida fue dolorosa, y Patricia se fue con el corazón en un nudo, pero con la certeza de que había hecho lo que creía correcto. Coromoto y Ángel se quedaron en silencio, procesando lo sucedido. La decisión de Patricia los había dejado vulnerables, pero también había reforzado algo entre ellos: sabían que, a pesar de todo, tenían que enfrentar las consecuencias de sus actos juntos. Los días continuaron su curso, y la rutina diaria siguió adelante, marcada por una normalidad inquietante. Coromoto regresó al trabajo, donde la ausencia de Patricia se notaba en cada rincón. Las risas compartidas en el almuerzo, las charlas espontáneas, todo eso había desaparecido. Aunque entendía la decisión de su amiga, el vacío que dejaba era palpable. El peso de la soledad comenzaba a ser más pesado de lo que había imaginado. Por otro lado, la relación con Ángel continuó, pero de manera diferente. Aunque aún se veían, los encuentros se volvieron más cautelosos. Ya no podían ser tan abiertos, tan libres. Las sombras del miedo y la culpa seguían acechando cada uno de sus momentos juntos. Se encontraban a escondidas, sin la libertad de antes, y el peso de la situación les robaba algo de la felicidad que habían compartido en los primeros días. Se veían en lugares discretos, en cafés vacíos o en parques tranquilos, donde nadie pudiera reconocerlos, cuando no estaban juntos en el hospital. Las sonrisas eran más contenidas, las caricias más tímidas. Coromoto ya no podía ignorar que la vida había cambiado, y que, aunque sus sentimientos hacia Ángel no habían desaparecido, la realidad había puesto un freno a sus sueños. —Nos estamos alejando de todo lo que pensábamos —dijo Coromoto una tarde, mientras caminaban juntos por el parque Almagro, sus manos entrelazadas con una mezcla de deseo y angustia. —Lo sé —respondió Ángel, mirando al suelo—. Pero no podemos darnos el lujo de seguir viviendo en un mundo de ilusiones. Esto no es fácil para ninguno de los dos. Pero aún así, aquí estamos. Las palabras flotaron en el aire, pero nada parecía resolver la situación. La verdad seguía siendo un peso insoportable, y aunque el amor entre ellos era real, no podían escapar de la sombra de lo que habían dejado atrás. William seguía siendo una presencia silenciosa pero constante en sus vidas, y la realidad de la vida que Coromoto no había dejado atrás siempre los acechaba. Con el paso de los días, la distancia entre Coromoto y Patricia se fue haciendo más evidente. Aunque intentaba buscar consuelo en Ángel, la pérdida de su amiga, la persona que había estado siempre allí para ella, le dolía profundamente. Al mismo tiempo, el temor de que William descubriera la verdad completa seguía estando presente, una amenaza constante sobre la que no podían cerrar los ojos. El futuro, que antes parecía lleno de posibilidades, ahora se presentaba como un camino incierto y doloroso. Pero Coromoto sabía que, por ahora, todo lo que podía hacer era seguir adelante, mientras la vida continuaba a su alrededor. Y con cada paso, sentía cómo el peso de las decisiones tomadas las llevaba hacia un destino que aún no entendía del todoTodos tenemos una historia de amor que deseamos compartir, una historia que, aunque única y personal, resuena con las experiencias de muchos. Unas terminan con el sabor dulce de un final feliz, mientras que otras dejan en el alma cicatrices que nunca terminan de sanar. Algunas de estas historias se siguen escribiendo, con la esperanza de un nuevo capítulo; otras, sin embargo, quedaron atrás, detenidas en el tiempo, como cartas no enviadas, como recuerdos que se desvanecen con cada día que pasa.Cada uno de nosotros guarda en su pecho un amor que es imposible de olvidar: un amor secreto, que solo vive en las sombras de nuestra memoria. Un amor que tal vez nunca verá la luz, pero que perdura, inmortal en su fragilidad. Dicen que “es mejor haber amado y perdido que nunca haber amado”, pero ¿qué ocurre cuando, al perder, también se pierde una parte de uno mismo? ¿Vale la pena arriesgarlo todo por un amor que, al final, nos deja vacíos, con el corazón hecho trizas y la sonrisa perdida en a
La llegada a la terminal de buses de Santiago de chile fue un mar de emociones encontradas para Coromoto. Era la primera vez que veía un cielo diferente al de Maracay, su ciudad natal. El aire, seco y fresco, le rasgaba la piel de manera extraña, casi como si la estuvieran recibiendo con un abrazo brusco y distante. Mientras avanzaba junto a su familia en busca de su equipaje, un nudo se formaba en su estómago. No solo por la incertidumbre que sentía sobre el futuro, sino también por la nostalgia que la golpeaba con cada paso que daba sobre el suelo chileno.Había dejado atrás a su madre, a sus amigas, a los vecinos del barrio que conocían cada rincón de su vida. El sonido de las motos en Maracay, las risas en la esquina de su casa, las tardes de café con su amiga Rosa… todo eso parecía ahora tan lejano como un sueño perdido. Y lo peor de todo, pensaba Coromoto, era la sensación de que nada en su nueva vida la haría sentir tan en casa como antes.“Esto es solo temporal”, se repetía a
El sonido del reloj marcando las horas en la pared del salón parecía ser lo único que le daba forma a los días de Coromoto. Cada tictac resonaba en sus oídos como una meticulosa llamada al inevitable paso del tiempo. A medida que la mañana se alargaba, sus pensamientos se volvían más pesados, como si la rutina diaria de cuidar a los niños y atender la casa se hubiera convertido en un eco interminable de las mismas acciones: levantar a los niños, preparar el desayuno, ir al trabajo, regresar, ordenar, cenar, dormir… y todo de nuevo.William se había convertido en un espectador mudo de su vida. Su presencia en casa ya no era la de un compañero, sino la de una figura distante, como una sombra que se deslizaba por los pasillos sin atreverse a hacer contacto. Coromoto lo notaba, lo sentía en cada rincón, en cada silencio. Había una distancia palpable en su mirada, un vacío profundo en los gestos que antes fueron cálidos y llenos de vida. Su indiferencia la devoraba lentamente, como una lla
Coromoto se despertó esa mañana con el peso del mundo sobre sus hombros. El sol apenas se filtraba entre las rendijas de las cortinas, y aún en el silencio de la casa, algo en su interior hacía ruido. Su mente no dejaba de dar vueltas a la misma idea que había decidido, quizás imprudentemente, poner en marcha la noche anterior. La conversación con William había quedado flotando en el aire, como una promesa rota que todavía no se había cumplido.Se levantó lentamente de la cama, intentando no despertar a su esposo, que aún dormía profundamente a su lado. William había sido el amor de su vida, su compañero en cada paso del camino, pero las últimas semanas lo habían cambiado. Él ya no la miraba como antes. Sus ojos, antes tan llenos de pasión y complicidad, ahora estaban vacíos, distantes. Coromoto había sentido, desde hace un tiempo, que se estaba perdiendo en algún rincón de la relación, y la idea de abrir su matrimonio había nacido de esa desesperación.La propuesta que había hecho la
La noche llegó y el momento de enfrentar la realidad estuvo a la vuelta de la esquina. Coromoto estaba nerviosa, pero al mismo tiempo, una parte de ella no quería arrepentirse. William había aceptado, sin emoción, pero al menos lo había hecho. La habitación estaba en penumbra, la cama deshecha, los dos cuerpos que compartirían el mismo espacio ya estaban allí, esperando, como piezas que encajarían en un rompecabezas que ninguno de los tres parecía entender del todo.La atmósfera en la habitación era densa, cargada de una tensión extraña, casi palpable, que se mezclaba con una chispa de incertidumbre. La luz tenue de la lámpara junto a la cama proyectaba sombras suaves sobre las paredes, y el silencio se hizo un espacio incómodo que solo se interrumpía por el leve sonido de respiraciones contenidas. Coromoto, que se encontraba entre ellos, sentía una mezcla de excitación y miedo, pero también algo de alivio por no estar sola en ese momento.William, recostado sobre la almohada, observa
El sol de la tarde se filtraba a través de las cortinas de la sala, cubriendo el suelo con una luz cálida que apenas lograba penetrar la frialdad que habitaba en los corazones de los que compartían la casa. Coromoto se encontraba sentada en el sofá color rojizo, mirando la fotografía de su familia sobre la mesa. William, en la imagen, sonreía con su característica expresión de confianza, y Claudia, su mejor amiga, estaba a su lado, sosteniendo a su hijo pequeño en brazos, su rostro irradiando la bondad que siempre había creído que existía en ella.Habían pasado semanas desde que había descubierto, de manera indirecta, el romance entre su esposo y su amiga. El peso de la traición le quemaba en el pecho, y aunque su mente le exigía confrontar la realidad, sus labios no podían articular las palabras que pudieran desgarrar la fachada de su vida. “¿Cómo llegamos aquí?”, se preguntaba una y otra vez, mientras observaba esa imagen, que ahora se sentía lejana, como si perteneciera a una vida
Al día siguiente, Coromoto decidió que debía hacer algo. No podía seguir viviendo en esta mentira. Quería salvar su familia, sí, pero no a costa de su dignidad, de su alma.La imagen de su hijos, inocentes y ajenos a la tormenta que se desataba a su alrededor, la impulsó a tomar una decisión: confrontar a William, enfrentarse a la traición de una vez por todas. Ya no podía seguir guardando silencio, ni seguir soportando el desprecio y el dolor que él le causaba.Sin embargo, esa misma noche, mientras caminaba por la casa, con el corazón acelerado y las palabras ya formándose en su mente, recibió una llamada inesperada de Claudia. La voz de su amiga, tan tranquila y serena como siempre, la interrumpió justo cuando estaba a punto de llamar a William para encarar la verdad.—Coromoto —dijo Claudia con suavidad—, sé que estás pasando por un momento difícil. Y quiero que sepas que no estás sola. Pero también sé que lo que estás sintiendo no es sólo el dolor de la traición, es el miedo de p
El día de Coromoto comenzó antes de lo habitual. Decidió salir de su casa más temprano de lo que estaba acostumbrada, con la intención de encontrarse con sus amigas antes de entrar al hospital, donde trabajaban en el área de limpieza. William y los niños seguían dormidos cuando ella se despidió con un beso en la frente de sus hijos.Al pasar por la puerta de la habitación de su esposo, no pudo evitar detenerse. Lo observó dormir profundamente, y una inquietante pregunta cruzó por su mente: ¿Cómo era posible que un hombre tan tierno en sueños pudiera convertirse en una bestia cruel cuando despertaba? ¿Acaso ya no la amaba? ¿O nunca la había amado realmente? Se preguntó en un profundo silencio, mientras la oscuridad de la madrugada envolvía la casa. El único sonido que rompió el silencio fue un suspiro que escapó de sus labios.Al llegar al hospital, sus amigas ya la estaban esperando, como siempre. Era casi un ritual, una promesa no escrita de entrar juntas al turno. Pasaron varios mi