La noche caía sobre la ciudad con su usual manto de calma, pero en el pequeño apartamento de Ángel, el aire estaba cargado de una tensión diferente.
Coromoto lo sabía desde que había cruzado la puerta: esa noche algo había cambiado. La rutina que se había vuelto tan familiar en los últimos meses, con sus miradas furtivas y sus conversaciones llenas de medias palabras, había dejado de ser suficiente. Había algo en el ambiente, algo en la manera en que Ángel la miraba, que la hacía sentir que se acercaban a un momento crucial. Se encontraba sentada en el sofá, observando cómo la luz suave de la lámpara bañaba el lugar, creando sombras que parecían moverse al ritmo de su propio pulso. Ángel, de pie cerca de la ventana, miraba hacia afuera, perdido en sus pensamientos, como si estuviera esperando algo que no podía controlar. Coromoto no podía evitar preguntarse si él también sentía la misma tensión, si compartía esa misma incertidumbre que la consumía por dentro. —Coromoto… —dijo Ángel de repente, su voz grave y seria, interrumpiendo el silencio.— ¡Quiero que sepas algo!. Coromoto lo miró, sorprendida. El tono de su voz era diferente, más profundo, como si estuviera a punto de hacer una confesión que había estado guardando durante algún tiempo. Se levantó lentamente del sofá, acercándose a él con el corazón acelerado. —¿Qué pasa? —preguntó, aunque sabía que había algo importante detrás de esas palabras. Ángel giró lentamente hacia ella, y por un momento, ambos permanecieron en silencio, como si se estuvieran midiendo el uno al otro, evaluando el peso de lo que iba a decir. Luego, con un gesto decidido, sacó algo de su bolsillo. Coromoto frunció el ceño al ver lo que era: un pequeño estuche negro. Ángel lo abrió con calma, revelando un anillo sencillo, pero con una belleza innegable. Era un anillo plateado, con un diseño modesto, sin piedras preciosas ni adornos lujosos. No era un objeto que brillara por su valor económico, pero había algo en su forma, en la manera en que la luz se reflejaba en su superficie, que lo hacía especial. Coromoto lo miró fijamente, sin saber cómo reaccionar. —Este anillo no es mucho en términos materiales —dijo Ángel, tomando el anillo entre sus dedos, mientras sus ojos se fijaban en los de ella.—Pero para mí, significa todo. “Es una promesa Coromoto. Una promesa de que, pase lo que pase, yo estaré a tu lado. De que, aunque todo esté oscuro y lleno de dudas, yo quiero un futuro contigo. No ahora, no todavía… pero algún día”. Coromoto sintió un nudo en la garganta. Las palabras de Ángel la atravesaron como una flecha, y por un momento, no supo si debía sonreír o llorar. La promesa en sus palabras resonaba en su pecho, y el temor que había sentido durante todos esos meses empezó a disiparse, aunque la incertidumbre seguía ahí, esperando. —Ángel, yo… no sé qué decir —respondió, su voz temblorosa, mientras sus ojos se llenaban de lágrimas contenidas. El amor que sentía por él se desbordaba, pero la realidad, la vida que había dejado atrás, seguía siendo una cadena invisible que no lograba romper por completo. Ángel sonrió suavemente, como si hubiera anticipado su reacción. Se acercó a ella, con el anillo aún en su mano, y lo levantó ante su rostro. —No tienes que decir nada ahora. Solo quiero que sepas que estoy aquí, que lo que hemos compartido hasta ahora es solo el principio. Este anillo, aunque sencillo, es una promesa para el futuro. Y aunque la vida esté llena de incertidumbres, yo quiero que sigas caminando junto a mí. Coromoto miró el anillo en sus manos, y luego sus ojos se encontraron con los de Ángel. En ese momento, el mundo parecía detenerse. Las dudas, las inseguridades, las preguntas sin respuestas… todo se desvaneció por un breve instante, reemplazado por una claridad inesperada. Había algo en el gesto de Ángel, en la forma en que le ofrecía ese anillo, que le decía que, aunque el camino fuera incierto, valía la pena. —¿Entonces… esto es una promesa de que todo estará bien? —preguntó Coromoto, buscando consuelo en sus palabras. Ángel asintió, sus ojos fijos en ella, como si estuviera esperando que comprendiera la magnitud de lo que le ofrecía. No era un compromiso fácil, no era una certeza de que todo sería perfecto, pero era una promesa de que lucharía por ello, que no la dejaría sola en la tormenta. —No te prometo que será fácil Coromoto. Lo que te prometo es que voy a estar aquí, y que voy a seguir luchando por nosotros, pase lo que pase. No sé cómo será el futuro, pero lo que sí sé es que quiero que lo enfrentemos juntos. Coromoto miró el anillo, luego sus ojos volvieron a encontrarse con los de Ángel. Algo dentro de ella se rompió, pero de una manera liberadora. A pesar del miedo que aún la envolvía, comprendió que el amor que compartían valía la pena. Era un amor lleno de incertidumbres, de sacrificios y decisiones difíciles, pero era real. Y por primera vez en mucho tiempo, sintió que, tal vez, era posible un futuro diferente. Sin decir una palabra más, Ángel tomó su mano y colocó el anillo en su dedo anular. El gesto fue simple, pero lleno de significado, y Coromoto no pudo evitar sonreír. No sabían qué les depararía el futuro, ni cómo se resolverían todos los problemas que aún pesaban sobre sus hombros. Pero en ese momento, con el anillo en su dedo y el amor de Ángel como su refugio, Coromoto sintió una pequeña chispa de esperanza, una promesa de que, juntos, quizás podrían encontrar una manera de seguir adelante. Y aunque las sombras del pasado aún las acechaban, algo había cambiado en ella esa noche. El anillo era solo un símbolo, un recordatorio de que el amor, en sus formas más simples y sinceras, siempre puede encontrar su camino a través de la oscuridad.La relación de Coromoto y Ángel había sido una fuente constante de consuelo y angustia a la vez. Los días se sucedían con la misma rutina, pero el peso de su secreto la acosaba. En las profundidades de su ser, Coromoto sabía que vivía una mentira, pero la idea de enfrentarse a la cruda realidad parecía más aterradora que cualquier otra cosa.William, por su parte, se volvía cada vez más distante, cada vez más observador. Ya no eran solo las pequeñas cosas las que le molestaban; algo en su interior comenzaba a sospechar que había algo más, algo que ella intentaba ocultar con todas sus fuerzas. Lo peor de todo era que él, sin decir una palabra, empezaba a reaccionar con más agresividad. No había un detonante claro, pero las discusiones se volvían más intensas, más personales. Coromoto ya no podía soportarlo, y el miedo de que William descubriera toda la verdad la mantenía atrapada en un ciclo de angustia constante.Una tarde, m
Los días en la casa de Coromoto se volvieron una espiral de tensión creciente. La sensación de estar atrapada entre dos mundos se volvía cada vez más insoportable. William ya no era solo un hombre celoso o molesto; se había convertido en alguien impredecible, lleno de furia y desconfianza, algo en su comportamiento había cambiado, y Coromoto lo sabía. Había algo en su mirada, en sus gestos, que ya no podía ignorar, algo dentro de él le decía que había algo más, que ella ya no era la misma.Las tardes solían ser las más difíciles. Cuando William llegaba a casa después del trabajo, su presencia era una sombra que se cernía sobre cada rincón, cada espacio. Coromoto había aprendido a leer sus silencios, a medir sus palabras, a anticipar el momento en que la calma se rompiera. Y ese día, ese día llegó de manera inesperada, pero devastadora.Era una tarde cualquiera, lluviosa, con el sonido del agua golpeando el techo como una constante amenaza. Coromoto estaba en la cocina, preparan
El tiempo había pasado rápido, como una película que se proyecta en alta velocidad, haciendo que Coromoto no tuviera oportunidad de procesar del todo lo que había estado sucediendo en los últimos dias. Todo parecía estar en constante movimiento, y ella, atrapada en el torbellino de sus propios miedos y decisiones, no encontraba un lugar donde poder detenerse. La relación con Ángel había sido un refugio durante todos estos meses, una esperanza, una chispa de lo que podría haber sido una vida diferente. Pero esa vida no era tan fácil de alcanzar, no mientras estuviera atada a su matrimonio con William.La mañana de ese 30 de enero comenzó como cualquier otra, pero algo en el aire le decía a Coromoto que ese día sería distinto. El sol, a través de las cortinas, se colaba tímidamente en la habitación, como si estuviera tratando de iluminar su corazón, pero ella sabía que ese brillo no sería suficiente para alejar la oscuridad que sentía dentro de ella.La
El tiempo, sin piedad continuaba su marcha y con él, la tristeza de Ángel no hacía más que crecer.Cada día era una repetición del anterior, una cadena de horas vacías que solo servían para alimentar su melancolía. El paso de los días no traía consuelo ni olvido, solo acumulaba ausencias, recuerdos y preguntas sin respuesta.Las semanas se convirtieron en meses, y la ausencia de Coromoto lo envolvía como una niebla espesa e impenetrable.Cada amanecer llegaba sin esperanza, con el mismo nudo en el estómago, la misma sensación de desamparo. Se despertaba con los ojos abiertos al techo, como esperando una señal, un indicio de que ella regresaría, de que todo había sido una pesadilla. Pero nada cambiaba. El vacío era constante, inamovible.El teléfono seguía mudo, los mensajes sin respuesta, y la búsqueda que había iniciado no había dado frutos.Las pistas se desvanecían, los contactos cerraban puertas, los conocidos fingían ignorancia. Nadie sabía nada sobre su paradero, o quizás na
Todos tenemos una historia de amor que deseamos compartir, una historia que, aunque única y personal, resuena con las experiencias de muchos. Unas terminan con el sabor dulce de un final feliz, mientras que otras dejan en el alma cicatrices que nunca terminan de sanar. Algunas de estas historias se siguen escribiendo, con la esperanza de un nuevo capítulo; otras, sin embargo, quedaron atrás, detenidas en el tiempo, como cartas no enviadas, como recuerdos que se desvanecen con cada día que pasa.Cada uno de nosotros guarda en su pecho un amor que es imposible de olvidar: un amor secreto, que solo vive en las sombras de nuestra memoria. Un amor que tal vez nunca verá la luz, pero que perdura, inmortal en su fragilidad. Dicen que “es mejor haber amado y perdido que nunca haber amado”, pero ¿qué ocurre cuando, al perder, también se pierde una parte de uno mismo? ¿Vale la pena arriesgarlo todo por un amor que, al final, nos deja vacíos, con el corazón hecho trizas y la sonrisa perdida en a
La llegada a la terminal de buses de Santiago de chile fue un mar de emociones encontradas para Coromoto. Era la primera vez que veía un cielo diferente al de Maracay, su ciudad natal. El aire, seco y fresco, le rasgaba la piel de manera extraña, casi como si la estuvieran recibiendo con un abrazo brusco y distante. Mientras avanzaba junto a su familia en busca de su equipaje, un nudo se formaba en su estómago. No solo por la incertidumbre que sentía sobre el futuro, sino también por la nostalgia que la golpeaba con cada paso que daba sobre el suelo chileno.Había dejado atrás a su madre, a sus amigas, a los vecinos del barrio que conocían cada rincón de su vida. El sonido de las motos en Maracay, las risas en la esquina de su casa, las tardes de café con su amiga Rosa… todo eso parecía ahora tan lejano como un sueño perdido. Y lo peor de todo, pensaba Coromoto, era la sensación de que nada en su nueva vida la haría sentir tan en casa como antes.“Esto es solo temporal”, se repetía a
El sonido del reloj marcando las horas en la pared del salón parecía ser lo único que le daba forma a los días de Coromoto. Cada tictac resonaba en sus oídos como una meticulosa llamada al inevitable paso del tiempo. A medida que la mañana se alargaba, sus pensamientos se volvían más pesados, como si la rutina diaria de cuidar a los niños y atender la casa se hubiera convertido en un eco interminable de las mismas acciones: levantar a los niños, preparar el desayuno, ir al trabajo, regresar, ordenar, cenar, dormir… y todo de nuevo.William se había convertido en un espectador mudo de su vida. Su presencia en casa ya no era la de un compañero, sino la de una figura distante, como una sombra que se deslizaba por los pasillos sin atreverse a hacer contacto. Coromoto lo notaba, lo sentía en cada rincón, en cada silencio. Había una distancia palpable en su mirada, un vacío profundo en los gestos que antes fueron cálidos y llenos de vida. Su indiferencia la devoraba lentamente, como una lla
Coromoto se despertó esa mañana con el peso del mundo sobre sus hombros. El sol apenas se filtraba entre las rendijas de las cortinas, y aún en el silencio de la casa, algo en su interior hacía ruido. Su mente no dejaba de dar vueltas a la misma idea que había decidido, quizás imprudentemente, poner en marcha la noche anterior. La conversación con William había quedado flotando en el aire, como una promesa rota que todavía no se había cumplido.Se levantó lentamente de la cama, intentando no despertar a su esposo, que aún dormía profundamente a su lado. William había sido el amor de su vida, su compañero en cada paso del camino, pero las últimas semanas lo habían cambiado. Él ya no la miraba como antes. Sus ojos, antes tan llenos de pasión y complicidad, ahora estaban vacíos, distantes. Coromoto había sentido, desde hace un tiempo, que se estaba perdiendo en algún rincón de la relación, y la idea de abrir su matrimonio había nacido de esa desesperación.La propuesta que había hecho la