El hombre puso fin a la conversación telefónica. El joven seguía recorriendo el despacho, admirando cada detalle. Los objetos en la habitación eran llamativos y, en su mayoría, valiosos. Garden lo observaba en silencio desde su sillón, con una leve sonrisa, dejando que el joven explorara a gusto. Había algo en Nick que le recordaba a su hijo fallecido: la inocencia en la mirada, la curiosidad natural.
—Lo siento —dijo Nick, notando la mirada fija—. Es solo que tiene cosas muy interesantes aquí.
—No te preocupes. Puedes mirar cuanto quieras —respondió Garden amablemente.
El joven sonrió y regresó su atención al cuadro de una mujer de rasgos firmes, cabellera rojiza y mirada intensa.
—Interesante cuadro —comentó.
—¿Te gusta?
—Mucho.
—Es mi esposa —respondió Garden con una sonrisa orgullosa.
—¿La cantante de ópera? ¿En serio?
—Así es —afirmó, y pareció disfrutar de la sorpresa en el rostro del joven.
La conversación fluyó con naturalidad durante unos minutos más, hasta que Garden se levantó del asiento para acercarse. Se notaba que quería establecer una conexión más personal con Nick, pero algo en la actitud del hombre comenzó a incomodar al joven.
Cuando Garden se aproximó demasiado, Nick retrocedió, incómodo. El ambiente, antes distendido, se tornó tenso.
—Lo siento, señor Garden, pero… esto no está bien —dijo Nick, evitando su mirada—. Usted es una persona casada… y admiro mucho a su esposa. No me parece correcto.
Garden frunció el ceño, sorprendido por la firmeza del joven.
—¿Estás seguro?
—Sí. Solo quiero que me entregue las llaves de mi departamento —respondió con seriedad.
Hubo un silencio denso. Finalmente, Garden suspiró y le tendió las llaves.
—Está bien… pero recuerda algo —añadió con tono frío—. No siempre tendrás opción de rechazar lo inevitable.
Nick lo miró con incomodidad, recogió las llaves y se despidió:
—Adiós, señor Garden.
******
Los empleados de la mudanza ya habían terminado de instalar los muebles en el departamento. Nick les pagó y agradeció por su buen trabajo. Luego los acompañó hasta la salida del hotel. Cuando el camión se puso en marcha, él se quedó mirando cómo se alejaba.
Levantó la vista hacia una de las ventanas del despacho de Eliot Garden. Allí estaba el hombre, observándolo con una mirada difícil de descifrar. Nick sintió una incomodidad en el pecho, como si esa mirada aún lo retuviera. Por eso, en lugar de quedarse más tiempo afuera, entró directamente al hotel y se dirigió hacia su departamento.
Mientras subía las escaleras, no podía evitar revisar constantemente detrás de él, por si Garden aparecía de improviso. Solo quería sentirse seguro.
En el pasillo, desde una de las habitaciones cercanas —la número 29— se escuchaban gritos. Una pareja discutía acaloradamente. Elena, la joven, había descubierto que su pareja, Enrico, había malgastado casi todo el dinero destinado a la renta del hotel. Lo había hecho en alcohol y una noche fuera de control.
—¡No quiero escucharte más! —gritó Elena.
—Por favor, amor, no fue como piensas. Yo te amo…
—¡Y sin embargo compartiste la cama con otra persona! ¡No tienes perdón!
—Elena, por favor, solo déjame explicarte.
Enrico se acercó, pero ella se apartó. La discusión subió de tono. No solo estaba enojada por el dinero, sino por lo que había ocurrido la noche anterior. Aunque Enrico intentaba calmarla, Elena no quería escuchar nada. La traición pesaba demasiado.
La situación entre ellos era tensa, confusa. Enrico sabía que lo que había hecho era grave, y que no bastaban las palabras para repararlo.
******
Cerca de la medianoche, Enrico estaba completamente ebrio. Durante la noche anterior, había entablado conversación con un joven en el bar del hotel. El chico, Sebastián, parecía estar buscando a alguien —a su padre— pero en su búsqueda terminó conversando con Enrico.
Sebastián no bebía, pero aceptó estar un rato con él por cortesía. Enrico, sin medir las consecuencias, le ofreció una copa. El chico se negó varias veces, hasta que terminó accediendo. La bebida no le agradó, pero trató de ser amable.
Más tarde, Enrico, con dificultad para mantenerse en pie, aceptó que Sebastián lo acompañara a su habitación para descansar. Allí, entre la confusión del alcohol, los límites se desdibujaron.
A la mañana siguiente, Elena se presentó en la habitación y encontró a Enrico en la cama, profundamente dormido. Su expresión cambió al descubrir que no había estado solo. Al despertar, Enrico se encontró con la mirada fría de Elena.
—¡No quiero escuchar más excusas! ¡Lo nuestro se terminó! —gritó mientras recogía sus cosas.
Enrico intentó detenerla, pero sus palabras ya no tenían peso.
Mientras tanto, en otro sector del hotel, Sebastián estaba con su padre. Joshua había notado el estado de su hijo, su incomodidad. Lo presionó para que hablara.
—¿Pasa algo, Sebastián?
—No, papá…
—¿Seguro? ¿No tiene que ver con ese hombre?
Finalmente, el muchacho rompió en llanto.
—Lo siento… Creo que cometí un error. No sabía cómo manejarlo.
Joshua lo abrazó con fuerza. Aunque no entendía del todo lo sucedido, supo que su hijo necesitaba contención.
—Todo estará bien —le dijo—. Pero necesito que me digas la verdad.
Sebastián dudaba. Tenía miedo de confesar lo ocurrido. Temía que su padre reaccionara con furia, o que culpara solo a Enrico por algo en lo que él también había participado.
Pero en su interior sabía que tarde o temprano, la verdad saldría a la luz.