En ese espacio extraño, Nick finalmente llegó a un lugar que reconoció como su antiguo hogar. Allí estaba su yo más joven, sentado en el suelo, abrazándose las rodillas. Sus ojos mostraban miedo y abandono.
Nick se acercó y se arrodilló frente a él.
—Lo siento —dijo—. No supe protegerte. Te dejé solo.
El niño no respondió. Solo lo miraba con esa tristeza que tanto había evitado recordar.
Nick lo abrazó. Lloró.
Y fue entonces cuando todo comenzó a desvanecerse. Las sombras se disiparon. La oscuridad perdió su fuerza.
Nick abrió los ojos.
Estaba de nuevo en su habitación. En el suelo. Frente al espejo.
Roger y Jackson lo ayudaron a incorporarse.
—¿Estás bien? —preguntó Roger.
Nick asintió, aún con lágrimas en los ojos.
—Sí. Ahora sí.
Y por primera vez, el espejo solo le mostró su reflejo verdadero. Nada más.
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Los días siguientes fueron distintos para Nick. Ya no sentía el peso constante del miedo. El espejo seguía en su lugar, pero ahora solo mostraba lo evidente: a él mismo, sin