48.

El aire frío me azotó la cara, una bendición después del sofocante calabozo. El escape había sido tan rápido y caótico que apenas podía recordar los detalles. La voz gentil me había guiado por un túnel de ventilación oculto. Siguiendo las instrucciones de la voz desconocida, me arrastré por el conducto, mis manos magulladas guiándome en la oscuridad. El sonido de la explosión y el caos en la casa resonaban, dándome la urgencia necesaria.

Finalmente, sentí un chorro de aire fresco. Me impulsé hacia adelante, cayendo sobre la hierba húmeda de un jardín lateral. Me levanté tambaleándome, desorientada.

Y entonces, lo vi. Alejandro.

Estaba parado a unos metros de distancia, su espalda recargada contra un árbol, con un teléfono en la mano que miraba casi desesperadamente como si estuviera dirigiendo a alguien con susurros tensos. Su presencia, inesperada y real, me hizo dar un respiro de alivio.

— ¡Alejandro! — Grité sin pensarlo, él se giró hacia mí pero no se sorprendió de verme.

¡Realmen
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