CAPÍTULO 93: MIGAS Y CUCHILLOS
Elena
Jacob nos mira a Rodrigo y a mí como si nos hubiera encontrado robando en su propia casa. La calle huele a lluvia recién caída y mi risa se corta en seco. Él suelta una sonrisa torcida, sarcástica, como si le diera gracia una broma privada.
—Vaya —dice sin saludar—. Sí que no pierdes el tiempo. Mi madre ya me lo había advertido: ahora que no está Ethan, te buscaste a otro que te salve el pellejo.
Siento el golpe en la boca del estómago, pero trago y hablo despacio para no temblar.
—No es lo que estás pensando. Nos cruzamos por casualidad. Solo…
—No me des explicaciones —me corta con ese filo que conozco—. No me interesa lo que hagas con tu vida, ni con quién te revuelcas para salir bien librada de tus cosas. Ese es el tipo de mujer que eres.
Abro la boca. Me hierve la sangre, pero antes de que yo diga algo que lo empeore, Rodrigo interviene con la voz firme, sin alzarla.
—¿Quién se cree para hablarle así?
Los ojos de Jacob se mueven hacia él, lento