CAPÍTULO 85: EL PRECIO DE QUEDARSE
Elena
No sé cuánto tiempo llevo llorando. El reloj del comedor marca las diez, pero podría ser medianoche o el amanecer. Todo da igual, Jacob ya no me recuerda y Sonya… Sonya no se cansa de destruirme.
—Me voy —digo, rompiendo el silencio—. Me llevo a los niños lejos, ya lo decidí.
Mi tía me mira desde el sillón con la taza de té entre las manos.
—¿Qué dices, hija? No puedes irte así.
—Puedo —respondo—. Y debo, ya no hay nada que hacer aquí.
—No puedes dejar que esa mujer gane —dice mi tío desde la cocina—. Si te vas, le das justo lo que quiere.
—¿Y si me quedo? —pregunto, cansada—. Me deja sin trabajo, sin casa, sin médico, y ahora hasta sin él. ¿Qué gano quedándome?
—Tienes que acercarte a Jacob —insiste mi tía—. Hazlo recordar.
—¿Para qué? —respondo sin pensarlo—. No va a recordar, tía. Ella no va a dejar que lo haga. Le va a llenar la cabeza de mentiras, ya lo vi en sus ojos. Es como si todo lo nuestro jamás hubiera pasado.
Mi tía me aprieta las