Marina
Desde que Salvador salió rumbo a la casa segura donde tienen a Meyer, una parte de mí no ha dejado de sentirse inquieta.
No por la reunión, no por el hecho de que ese maldito esté vivo y pueda decir algo, o bueno si, en parte es por eso, pero principalmente es por lo que vi en los ojos de Salvador cuando escuchó que Renata estaba entre la vida y la muerte.
Angustia.
Fue un instinto. Reacción humana. Lo sé. Pero igual dolió.
Ahora mismo estoy en la habitación, caminando de un lado a otro, con los brazos cruzados y el ceño fruncido. Me siento ridícula. Enojada conmigo misma. No tengo derecho a sentirme celosa. Mucho menos de una mujer que está debatiéndose entre la vida y la muerte.
Y sin embargo, aquí estoy. Preguntándome si en el fondo Salvador aún siente algo por ella.
Estuvieron juntos por años y yo…
Lo odio. Odio esta sensación. Esta duda. Porque él me ha demostrado todo lo contrario. Está conmigo. Me ha elegido. Me ama. Lo veo en cada gesto, en cada beso, en cada palabra.