Salvador
La rabia es ahora mismo más grande que el dolor, y me concentro en ella, porque sé que en el momento en que deje que mi mente y mi corazón asimilen sus palabras voy a derrumbar.
Y no puedo hacerlo ahora.
No cuándo Marina está en peligro, cuándo mi primo me necesita, cuándo él también está sufriendo su pérdida.
No voy a dejar que el viejo infeliz me vea derrumbado, por eso inclino mi cabeza y pongo mis ojos en los suyos.
—Eres una escoria. No vas a salirte con la tuya—le digo y el malnacido se ríe—Tal vez antes pudiste, pero ahora vamos a hacer que pagues por todo lo que nos hiciste. Te vas a pudrir en la cárcel.
—Oh no, querido nieto, el único que va a pudrirse eres tú.
Y entonces todo pasa como en cámara lenta.
Veo como levanta el arma y el sonido del disparo llena mis oídos, incluso antes de que pueda pensar en responder, pero el dolor no llega y cuándo abro los ojos veo a Federico delante mio y al viejo tumbado en el suelo.
Todas mis alarmas se encienden y cuándo me adelant