Odiarse nunca fue tan peligroso… ni tan irresistible. Salvador Montenegro no cree en las segundas oportunidades. Mucho menos cuando se trata de la hermana del hombre que intentó arruinarlo. Marina Del Valle jamás habría aceptado su ridículo contrato de no ser porque era eso… o perderlo todo. Ahora, está atrapada en la casa de un hombre al que detesta, sirviendo a un jefe que la humilla cada vez que puede y buscando la manera de sobrevivir sin caer en su juego. Pero lo que empezó como una tortura, se convierte en algo más peligroso. Los límites se difuminan, el aire se carga de tensión y el odio toma un giro inesperado. Sin embargo, el verdadero problema no es la atracción imposible entre ellos. Es el secreto que esconde Marina. Porque cuando Salvador descubra la verdad, no habrá contrato que la salve. Seis meses, dos enemigos y un deseo que podría destruirlos a ambos.
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El calor de la cocina es asfixiante. El aire está impregnado de especias, humo y tensión. El restaurante está al tope, los pedidos entran y salen a una velocidad frenética, y apenas tengo tiempo para respirar.
—¡Esa mesa seis todavía no tiene su orden! —grito mientras revuelvo una salsa en el fuego.
—¡Ya el saco, jefa! —responde una de las cocineras.
Todo marcha bien... hasta que lo veo venir.
Mateo, el jefe de meseros, cruza la cocina con la expresión de alguien a punto de soltar una bomba. Por su cara, algo grande está pasando.
—Marina… —su voz baja un par de tonos—. Acaba de llegar un cliente importante.
Le lanzó una mirada impaciente.
—Mateo, tenemos el restaurante lleno de clientes importantes. ¡Define "importante"!
Él me mira fijamente.
—Uno de los magnates más influyentes de la ciudad. Un socialite.
Un leve murmullo se levanta entre los cocineros. Algunos se detectan un instante. Hasta los fogones parecen hacer una pausa.
Siento una leve punzada de adrenalina. Si un hombre como él recomienda nuestro restaurante, nos lloverán reservas hasta el fin del mundo.
—¡Bien! —digo con energía—. ¡Escúchenme todos! Tenemos un pez gordo en la sala y no pienso desaprovechar la oportunidad. ¡Asegurémonos de que esta sea su mejor cena del año!
Los cocineros responden con un "¡Sí, chef!" al unísono y todo vuelve a la normalidad.
Mateo me extiende una orden.
—Esta es la orden de su mesa.
Tomo el papel y leo los pedidos.
🔹 Un filete en su punto con puré de papas y salsa de vino tinto.
🔹 Una ensalada César con pechuga de pollo.
Uno de los platos es claramente de hombre, el otro…
—Debe ser de su acompañante —comento.
Mateo asiente.
—Vino con su novia.
Hago una mueca. Nada nuevo. Estos magnates siempre vienen con modelos esqueléticas que apenas tocan la comida. No es la primera vez que tengo que preparar una ensalada para alguien que parece tenerle miedo a los carbohidratos.
Preparo el plato con mimo. Le pongo crotones, un buen aderezo y pechuga de pollo a la parrilla. Es simple, pero impecable.
Minutos después, la orden de venta. Todo parece ir bien… hasta que la ensalada regresa.
— ¿Qué pasó? —pregunto al mesero que la trae de vuelta.
—La señora dice que no come carbohidratos.
Frunzo el Ceño.
—¿Qué?
—Los crotones.
Cierro los ojos, respiro hondo.
—Está bien, la liebre de nuevo.
Tomo otro plato y prepara la ensalada otra vez, sin crotones. La mando a la mesa.
Cinco minutos después, el mesero regresa… con la ensalada otra vez.
—Ahora ¿qué? —pregunto con los dientes apretados.
—Dice que tiene queso feta, y el queso feta es pura grasa.
—¡Dios santo! —exclama uno de los cocineros.
Miró la ensalada. Es perfecto. Pero la perfección no parece ser suficiente.
—Voy a hacerla otra vez —dice una de mis cocineras, resignada.
Pero antes de que toque un solo ingrediente, algo dentro de mí explota.
-¡No! —levanto una mano y agarro un vaso. Lo lleno con agua del grifo y lo sostengo con fuerza.
Todos me miran.
—Marina… —Mateo me ve con horror.
Ignore su advertencia. Salgo de la cocina hecho una furia.
—¿Cuál es la mesa? —pregunto en voz baja.
Mateo traga saliva y me la señala.
Ahí están.
La mujer, delgada como un palillo y con una expresión de desagrado absoluto, mira su teléfono sin siquiera notar mi presencia. Pero el hombre que está con ella…
Dios santo.
No esperaba que el magnate Montenegro fuera tan condenadamente apuesto.
Es imposible ignorarlo. Alto, elegante, con una presencia que domina el lugar sin esfuerzo. Su cabello oscuro está perfectamente peinado, su mirada es intensa y su postura es de alguien que sabe que el mundo entero le pertenece.
Pero yo no estoy aquí para admirarlo.
Me planto frente a la mesa, coloco el vaso de agua en la mesa con un golpe seco y me cruzo de brazos.
— ¿Qué demonios están haciendo? —su voz es grave, afilada.
Sostengo la mirada sin miedo.
—Su acompañante ha dejado claro que no consume carbohidratos, ni grasas, ni absolutamente nada que se considere comida. Así que aquí le trajo lo único que cumple con sus estándares. Agua.
El silencio se adueña de la mesa. Y luego explota.
—¡¿Pero qué demonios…?! —la mujer se pone de pie, escandalizada—. ¡Voy a hacer que la despidan! ¡Este lugar es un chiste! ¿Cómo pueden contratar gente como usted?
Los murmullos en el restaurante crecen. Algunos clientes nos observan con morbo.
Siento una mano en mi hombro. Es Clara, mi mejor amiga y socia en el restaurante.
—Déjalo en mis manos —me susurra.
Me lanza una mirada que significa vete a la cocina ahora mismo.
Resoplo, pero asiento y regreso a la cocina con pasos firmes.
Cuando entré, el equipo me miró en completo shock.
—¡Estás loca! —dice uno de los cocineros—. ¿Sabes quién es él?
Me encojo de hombros.
—No, y no me interesa.
Mateo se pasa una mano por el rostro.
—Debería. Porque ese hombre que acabas de insultar no solo es un magnate… es Salvador Montenegro.
Me congelo.
—El hombre que es dueño de la mitad de las cadenas hoteleras más importantes del país… y de sus restaurantes.
La sangre se me enfriaba.
—Una referencia suya podría elevarnos al cielo… o mandarnos al infierno.
Mateo me lanza una mirada de pena.
—Y tú, amiga mía… acabas de comprar un boleto directo al infierno.
MarinaHan pasado seis meses desde que se hizo justicia y nuestra pesadilla que parecía no acabar, finalmente terminó.Seis meses desde que Joseph y Arthur fueron arrestados y condenados, no solo por lo que nos hicieron a nosotros, sino por corrupción, el intento de asesinato de Renata, lavado de activos y por supuesto la muerte de los padres de Salvador y Federico.Nada más recordar la forma en que Salvador se desmoronó al contarme, la forma en que se rompió mientras me decía lo que había hecho su abuelo, me hizo trizas el corazón.Pero lo sostuve, porque eso es lo que hacemos. Nos apoyamos, nos sostenemos y llevamos juntos las cargas, porque de eso se trata ser una pareja. De tener a alguien en quién confíar, a quién amar.Y él hizo eso conmigo cuándo lo de Enz… mi padre, me golpeó con fuerza. La noticia fue como un balde de agua y aunque al principio me negaba a saber de él, debo admitir que ha sabido ganarse mi cariño y también el de Daniel, así que estamos llevando todo con calma,
MarinaPensé que iba a morir.Pensé que Clara había muerto.Pensé que no volvería a ver a Salvador otra vez, pero cuándo entró en la habitación, en el instante en que mis ojos se toparon con los de él, fue como si todo el miedo hubiese desaparecido porque ahora él estaba conmigo.El humo se queda atrás, pero el temblor en mis manos no desaparece. Tampoco el eco del disparo, ni el sonido del metal cerrándose tras de mí. Estoy en los brazos de Salvador, como si el mundo hubiese estallado a nuestro alrededor y él fuera lo único que se mantiene firme.Su pecho sube y baja con fuerza, como si temiera que pudiera desaparecer entre sus brazos. Su voz llega entrecortada a mis oídos. No entiendo todo, pero siento cada palabra. Cada caricia en mi espalda. Cada vez que me susurra que ya todo ha pasado.No es cierto. Aún no ha pasado. Pero sí ha terminado la parte más oscura. Lo sé. Porque estoy con él.—Nunca más vamos a hacer algo como esto, no voy a ponerte en peligro otra vez. Nunca más.Puedo
SalvadorLa rabia es ahora mismo más grande que el dolor, y me concentro en ella, porque sé que en el momento en que deje que mi mente y mi corazón asimilen sus palabras voy a derrumbar.Y no puedo hacerlo ahora.No cuándo Marina está en peligro, cuándo mi primo me necesita, cuándo él también está sufriendo su pérdida.No voy a dejar que el viejo infeliz me vea derrumbado, por eso inclino mi cabeza y pongo mis ojos en los suyos.—Eres una escoria. No vas a salirte con la tuya—le digo y el malnacido se ríe—Tal vez antes pudiste, pero ahora vamos a hacer que pagues por todo lo que nos hiciste. Te vas a pudrir en la cárcel.—Oh no, querido nieto, el único que va a pudrirse eres tú.Y entonces todo pasa como en cámara lenta.Veo como levanta el arma y el sonido del disparo llena mis oídos, incluso antes de que pueda pensar en responder, pero el dolor no llega y cuándo abro los ojos veo a Federico delante mio y al viejo tumbado en el suelo.Todas mis alarmas se encienden y cuándo me adelant
SalvadorTodo el cuerpo me tiembla cuando escucho la explosión. No necesito preguntar qué fue. Lo sé. Lo siento en los huesos. Joseph acaba de mover su primera ficha, y con eso, ha marcado el inicio de esta maldita partida final.Veo a los hombres del detective empezar a correr y ubicarse en sus posiciones, pero no es suficiente, ellos esperan órdenes, se mueven según las reglas y no entienden que en esta guerra las reglas se han desdibujado.Pero los entiendo, ellos están obligados a cumplirlas, pero no yo.Me pongo en pie sin siquiera pestañear y tomo mi arma metiéndola en la parte trasera del pantalón.—¡No puedes entrar! —grita el detective a mi espalda—. ¡Tenemos un perímetro! ¡Tenemos un plan!Pero no lo escucho. No lo quiero escuchar.—Lo siento, pero yo no soy un hombre que se quede de brazos cruzados —escupo, y ya estoy corriendo.Federico está justo detrás de mí. Su rostro refleja la misma mezcla de rabia, miedo y determinación que debo tener yo, él imita mis movimientos y an
MarinaEstoy tratando que el miedo no se apodere de mí, no puedo paralizarme ahora, mucho menos cuándo aún no he visto a Clara.Pero el panorama no es para nada esperanzador, las cosas acaban de empezar y ya se han jodido.Han explotado el acceso a la fabrica.No hay escapatoria. No esta vez.La puerta se cierra tras de mí con un estruendo metálico que resuena en todo el complejo abandonado. El eco es frío. Inhumano. Mis pies están firmes sobre el suelo, pero siento que el corazón quiere salirse por la garganta. No puedo ver a Joseph aún, pero sé que está aquí. Su voz lo dejó claro en el altavoz: esto es personal.Respiro hondo. No puedo perder la calma. Cada segundo cuenta. Todavía tengo las cámaras en mis pupilas, el micrófono camuflado. Salvador y los demás deben estar viendo. Tengo que aprovecharlo.Mi mirada recorre el lugar. Techos altos, oxidados. Luz tenue. Cámaras en las esquinas. Estoy siendo observada. No solo por él… también por ellos. Por los míos. Quiero creerlo.Un ruido
SalvadorLas palabras de Marina aún resuenan en mi cabeza: “Voy a ir.”No debería dejarla. Mi cerebro me dice la tome de la cintura y la encierre en una habitación hasta que hayamos recuperado a Clara, pero si lo hago ella no me lo perdonaría.Por eso, aunque todo dentro de mí me grita que no, sé que no tenemos opción. No después del video de Clara, no después de la amenaza tan clara de Joseph, ni mucho menos cuándo el plazo hasta hoy a las 8:00. Y, joder… Marina no es solo valiente, es el corazón de todo esto.Pero eso no significa que voy a quedarme de brazos cruzados.—Tenemos que armar esto como una operación militar —digo, con el tono más firme que puedo. Estamos en el salón de la mansión. Todos están aquí: Alex, el detective, Joaquín, Daniel, Federico y Marina.Y bueno, mi primo es otra cosa. Federico está fuera de si. No ha dejado de culparse y la rabia… el odio que ha dejado ver hacía sí mismo me ha partido el alma, porque sé que no es de ahora, es de años de estar bajo la t
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