Capítulo 35
El amanecer se filtraba con timidez por las cortinas de aquel dormitorio, bañando la habitación en un resplandor dorado. Magnus se movía con cuidado, aún con la cabeza llena con los rostros que no podía dejar de ver en su cabeza: los de sus hijos. Dos pequeños que cargaban con el eco de su mirada y la dulzura de Roma. Ese día había cambiado algo dentro de él, algo que no se revertiría jamás.
Con calma se metió en la ducha intentando calmar el torbellino que aún lo consumía. El agua caliente golpeó su espalda mientras el vapor empañaba el espejo y cerró los ojos, dejando que las gotas resbalaran por su piel. Había enfrentado negociaciones imposibles, incluso la pérdida de personas importantes en su vida, pero nunca se había sentido tan vulnerable como en ese momento. No sabía cómo ser padre, mucho menos sabía por dónde empezar a serlo.
Cuando Magnus salió de la ducha, con el cabello húmedo y una toalla ceñida a la cintura, se encontró con la silueta de una mujer sentada en