Capítulo 36
El reloj marcaba las ocho de la mañana cuando el auto negro de Magnus se detuvo frente a la mansión William una vez más. El rocío aún brillaba sobre el jardín, y un silencio solemne envolvía la casa, interrumpido solo por el canto de los pájaros y el crujir de la grava bajo sus zapatos.
No esperaba encontrar a nadie despierto a esa hora, pero al cruzar la puerta principal fue recibido por el mayordomo y, unos segundos después, por una figura que conocía muy bien: el señor William, padre de Roma. El mismo que se había comportado de maravilla con él, pero que no sabía como lo haría ahora con todo esto que estaba pasando.
Aquel hombre frente a él estaba sentado en uno de los sillones del salón principal, con una taza de café entre las manos. Vestía una bata gris y sus ojos, claros y astutos como los de Roma, se iluminaron al verlo entrar en su campo de visión.
— Bienvenido, Magnus —dijo con una sonrisa leve —No pensé volver a verte tan pronto por aquí después de lo de ayer.