La puerta del consultorio apenas se cerró y ya tenía a Francia, la nueva residente, pegada a mi boca como si hubiera esperado toda su vida ese instante. Esa guardia en particular había resultado aburrida. Aunque, genial que fuese tranquila, porque era una locura cuando la emergencia estallaba.
Los pasillos vacíos, las luces frías y el pitido lejano de algún monitor contrastaban con el fuego desatado al interior de ese cuarto. Me encantaba la devoción de ella. Entre risitas bajas, me empujaba contra la camilla de exploración, y yo… bueno, la dejaba hacer.
—Kevin, nos pueden escuchar… —susurró contra mi cuello.
No obstante, sus manos ya me soltaban el pantalón, como si el miedo fuese parte del juego. Yo sonreí.
¿Escuchar? Ojalá.
Me fascinaba su fuego; se encargó de todo en segundos: su ropa, la mía, el preservativo… Subió a la camilla como si fuera un escenario y fundió nuestros cuerpos con vehemencia, jalándome del cabello para arrancarme un gemido.
—Uf, cielito, ve con calma.
Ironicé