Cattleya

Bajé al estacionamiento donde Iván me esperaba y me forcé a sonreír, intentando aparentar que no había recibido un extraño mensaje de un número inexistente. Esa mañana él hablaba hasta por los codos, y su anécdota con el chico de la noche anterior fue suficiente para distraerme un poco durante el trayecto a la constructora. Sin embargo, mi celular vibró dentro del bolso y salté en el asiento. Iván desvió la vista hacia mí, confundido; negué con la cabeza y, aunque una sensación amarga se alojó en el estómago, me atreví a revisar.

—¿Todo bien, Fel? —indagó.

Reí bajito, nerviosa, intentando sonar ligera.

—Sí, es Kevin con sus buenos días y stickers de cachorritos.

Por fortuna, era él.

—Ah, ya… —murmuró sin mirarme—. ¿Y antes de eso? ¿Crees que no he visto tu cara de preocupación?

Guardé el celular y sonreí de forma forzada.

—Eso… nada. Alguien consiguió mi número —respondí, agitando la mano como si espantara un mosquito.

Iván me lanzó una mirada rápida, sin apartar la vista de la carret
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