Ezequiel
La cabaña es nuestro santuario, el lugar donde Lois es solo nuestra, pero hoy apesta a intrusión.
Viviana.
Su risa chillona se filtra por la puerta antes de que Emmanuel y yo entremos, y mi mandíbula se tensa. Nunca me ha caído bien, ni a mí ni a mi hermano. Es un torbellino de arrogancia y chismes, siempre metiendo a Lois en problemas, como cuando la arrastró a esa universidad donde todo se complicó. Quizás deba agradecerle, pero también pudo haber salido mal.
Ahora está aquí, en nuestro espacio, y mi instinto gruñe, queriendo marcar territorio. Emmanuel, a mi lado, tiene la misma mirada dura, sus hombros rígidos. Nos entendemos sin palabras: Viviana sobra.
Empujo la puerta, y ahí están, sentadas en el sofá, con un cuenco de frutas entre ellas. Lois, con su cabello suelto y esa sonrisa tímida que me deshace, muerde una fresa, el jugo manchando sus labios. Viviana, con su cabello rubio cayendo en ondas, parlotea como si fuera la dueña del lugar. Al vernos, Lois se ilumina, pe