El pasillo olía a desinfectante y a incienso. La habitación donde atendían a Jimena se mantenía cerrada, pero los murmullos, las órdenes rápidas del médico y el sonido entrecortado de la respiración de la mujer se filtraban a través de la puerta.
Valeria caminaba de un lado a otro, con las manos entrelazadas. Sentía el corazón acelerado sin saber exactamente por qué. No era su familia, ni su historia, y sin embargo… el aire estaba cargado de algo demasiado humano como para no sentirlo.
Noah permanecía sentado en el borde de una silla, mirando el teléfono con impaciencia. Había escrito tres veces a Nico. Sin respuesta. Hasta que, de pronto, la pantalla se encendió.
Un mensaje.
—“No puedo salir. Me tienen rodeado, pero tengo conexión limitada. Voy a hacer una videollamada. No quiero perderme esto.”
Noah se puso de pie tan pronto como leyó el mensaje.
—Va a llamar —dijo en voz baja, con una mezcla de alivio y nerviosismo.
Cruzó el pasillo y tocó con suavidad la puerta. Amirah abrió apena