—Valeria… ¿qué haces aquí? —su voz titubeó, con un nerviosismo que desmentía la rigidez de su postura.
Ella lo observó en silencio unos segundos. No parpadeaba, apenas una media sonrisa amarga se dibujaba en sus labios.
Por dentro, sabía que también había fallado, pero lo que la atravesaba no era culpa, ni tristeza, sino una especie de vacío helado, como si su cuerpo hubiese decidido apagarle los sentimientos para que pudiera sostenerse en pie.
—Escuchaba. Ya sabes, los pasillos tienen muy buena acústica.
El color se le fue del rostro. Tragó saliva con fuerza, incapaz de mantenerle la mirada por más de un instante.
—No es lo que piensas. Déjame explicarte…
—¿Explicarme qué? —lo interrumpió con una voz serena, casi cortante, cruzando los brazos con un gesto medido—. ¿Que soy un compromiso? ¿Una mujer rota que te daba pena dejar?
Emilio abrió y cerró la boca, desesperado por encontrar palabras, mientras sus ojos se movían de un lado a otro como si buscara una salida.
—Yo… lo intenté, V