Noah se quedó inmóvil. Tenía los hombros rígidos, los puños cerrados.
—Mierda. — pensó
Había dicho más de lo que debía. El estrés, el cansancio, la presión… todo lo estaba ahogando, y lo peor era que casi se pone en evidencia.
Respiró hondo, cerró los ojos un instante, como si buscara aferrarse a algo que lo mantuviera de pie.
—Lo siento —dijo al fin, la voz baja y áspera—. Estamos agotados, Valeria. Yo…
Ella lo miraba fija, atrapada en esos ojos grises que parecían atravesarla con la misma fuerza con la que se defendía del mundo. Un nudo se formó en su garganta al poder ver ese borde de la vida de Noah, sentía que había algo que él no quería decir.
—Son cosas de familia —continuó, improvisando—. En Italia. Problemas que no sé cómo se van a resolver, pero tarde o temprano voy a tener que volver.
A Valeria le cayó un peso en el estómago. Era absurdo, pero la sola idea de que él se fuera, de que en cualquier momento se alejaría, le dolió.
Sus miradas se encontraron, sostenidas demasiado