Valeria tragó saliva. Le costaba sostener el aparato, como si el peso del texto se le hubiera incrustado en los dedos.
—Tengo que ir con él —murmuró, apartándose de Noah.
Él negó de inmediato, la mirada dura.
—Lo sé, pero, ¿crees que sea buena idea hacerlo ahora? Estas un poco alterada aún.
—Estoy bien —intentó convencerlo, aunque su voz tembló.
Noah la sostuvo por los hombros.
—No, no lo estás… —dijo, más bajo, como si temiera afectarla—. y no quiero dejarte así. Te voy a esperar cerca y no es negociable.
Valeria lo miró un segundo, sorprendida por el tono. En esos ojos grises no había juicio ni reproche, solo una preocupación genuina que le revolvió el pecho. ¿Cómo es posible? pensó, sintiendo cómo el nudo se aflojaba apenas.
Ya no era solo atracción ni ese vértigo que la arrastraba; era la forma en que la miraba, como si de verdad tuviera valor. La delicadeza con la que la sostenía cuando se quebraba. La paciencia con la que había respetado sus decisiones, incluso cuando no coinc