Inicio / Hombre lobo / Donde Duerme la Bestia / 🌘 Capítulo 4: Algo se mueve en la niebla
🌘 Capítulo 4: Algo se mueve en la niebla

La niebla cayĂł mĂĄs temprano esa tarde.

Densa. Silenciosa. Como si el bosque estuviera conteniendo el aliento.

Ailén cerró la ventana con cuidado, sus ojos dorados clavados en la línea de årboles donde la neblina parecía latir. Había aprendido a escuchar el silencio, a sentir cuando el bosque intentaba advertirle de algo
 y esta vez, su piel se erizaba sin razón visible.

Kaor permanecía en silencio, apoyado contra el marco de la chimenea. Aun envuelto en una manta, su postura era la de un cazador. No dormía. No desde que despertó con el ceño fruncido en medio de la noche y dijo en voz baja:

—No está lejos.

Ailén lo había oído. No respondió. Solo dejó encendida una vela mås y se quedó sentada junto a él hasta que su respiración se calmó.

Ahora, mientras ella preparaba un brebaje en el cuenco de barro, Kaor hablĂł sin mirarla.

—Algo cruzó el límite del Umbral.

Ailén detuvo el movimiento de su mano. La cuchara quedó suspendida en el aire.

—¿QuĂ© es?

—No lo sĂ© aĂșn. Pero no viene por mĂ­.

—¿Cómo puedes estar seguro?

—Porque no me busca a mí. La está buscando a usted.

Ella giró lentamente. Kaor casi nunca usaba ese “usted”, y cuando lo hacía, era porque su voz se llenaba de gravedad. Él la miraba como si ya supiera la verdad que ella se negaba a aceptar.

—AilĂ©n —dijo su nombre por primera vez sin titubeos—, hay algo en ti que no es del todo humano. Lo sentĂ­ desde el primer dĂ­a. Y esa cosa
 tambiĂ©n lo ha sentido.

Ailén apretó los labios. Su corazón latía con fuerza. Durante años había sentido esa conexión extraña con la tierra, con los årboles, con la vida que palpitaba bajo sus pies. Nunca lo cuestionó. No quiso hacerlo.

—Yo
 no lo entiendo. No tengo poderes, Kaor. No lanzo hechizos. No me transformo. Solo cuido este lugar. Solo escucho al bosque


—Y el bosque te ha elegido —respondiĂł Ă©l, acercĂĄndose lentamente—. Eso es mĂĄs poderoso que mil conjuros. Pero lo que viene, no distingue entre inocencia y amenaza. Si no estĂĄs lista


—¿Y tĂș lo estĂĄs? —interrumpiĂł AilĂ©n, con mĂĄs firmeza de la que esperaba.

El silencio entre ellos fue como una cuerda tensa.

Kaor dio un paso mĂĄs. Sus ojos dorados brillaban a la luz de la chimenea. Su cuerpo aĂșn estaba dĂ©bil, pero su presencia llenaba la habitaciĂłn como si fuera mĂĄs grande que las paredes que lo contenĂ­an.

—No permitirĂ© que te toque. No permitirĂ© que nada
 te arranque de aquĂ­.

Ailén sintió un escalofrío, aunque no de miedo. De algo mås oscuro, mås profundo. Algo que le hacía doler el pecho y encender la piel.

—¿Por quĂ©? —susurrĂł.

Kaor alzó una mano, como si fuera a tocarle el rostro
 pero la bajó antes de rozarla.

—Porque no sĂ© quiĂ©n soy si ya no estĂĄs en este lugar.

Ella tragó saliva, sin saber qué decir. Las palabras, las preguntas, se quedaban atoradas entre el latido acelerado y el silencio espeso.

Fue entonces cuando un grito se escuchĂł a lo lejos. Corto. Sordo. Ahogado.

Kaor girĂł la cabeza al instante, su cuerpo tensĂĄndose como una cuerda a punto de romperse.

—Eso no fue un animal.

AilĂ©n ya tenĂ­a el arco que solĂ­a usar para ahuyentar ciervos en la mano, aunque sabĂ­a que era inĂștil ante lo que vendrĂ­a. Kaor se acercĂł, quitĂĄndoselo con suavidad.

—TĂș no. No esta vez.

Ella frunció el ceño.

—¿Y tĂș sĂ­ puedes luchar asĂ­? Apenas puedes mantenerte en pie.

—Entonces quĂ©date cerca de mĂ­ —gruñó Ă©l—. Aunque mi cuerpo estĂ© roto, lo que tengo dentro
 no lo estĂĄ del todo. Y si esa cosa cruza la lĂ­nea de ĂĄrboles


Se transformĂł.

No completamente, pero lo suficiente para que Ailén viera cómo sus ojos se volvían mås salvajes, sus uñas mås afiladas, su voz mås gutural.

—La desgarrarĂ© con lo que quede de mĂ­.

Esa noche, el bosque se estremeciĂł.

Y desde la ventana de la cabaña, mientras la niebla se espesaba y la oscuridad susurraba en lenguas que solo los antiguos podían entender, Ailén supo que su mundo estaba a punto de cambiar.

No por el grito que se habĂ­a perdido entre las hojas.

No por la criatura que venĂ­a.

Sino por el lobo que dormía en su sofá



y que ya había empezado a habitar su corazón.

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