Inicio / Hombre lobo / Donde Duerme la Bestia / 🌒 Capítulo 3: Entre lobos y silencios
🌒 Capítulo 3: Entre lobos y silencios

Kaor dormĂ­a. O eso intentaba.

Su cuerpo, aĂșn debilitado, no le permitĂ­a moverse con la libertad que deseaba. La corrupciĂłn del manĂĄ seguĂ­a aferrada a su interior, como raĂ­ces oscuras que lo carcomĂ­an desde dentro. Cada vez que cerraba los ojos, revivĂ­a la traiciĂłn. El momento exacto en que los suyos lo rodearon, lo marcaron, y lo dejaron al borde de la muerte.

Gruñó entre sueños, la mandĂ­bula apretada, el pecho agitado. Pero un olor suave, a lavanda y miel, lo envolviĂł poco a poco, arrastrĂĄndolo lejos del recuerdo. Y una voz
 esa voz.

—Shh
 ya pasó.

AilĂ©n, sentada junto a Ă©l con un libro abierto en las piernas, le acariciaba el cabello con ternura. No sabĂ­a por quĂ© lo hacĂ­a. Él era una criatura desconocida, peligrosa, salvaje. Y sin embargo
 algo en su rostro dormido, en sus gestos tensos, despertaba en ella una compasiĂłn que no podĂ­a controlar.

Kaor abriĂł los ojos de golpe, sobresaltado. Se encontrĂł con la mirada cĂĄlida de ella y retrocediĂł ligeramente.

—No necesito
 consuelo.

—Claro que no —respondiĂł AilĂ©n, apartando la mano con suavidad—. Solo te estabas revolviendo como si lucharas contra fantasmas. PensĂ© que un poco de paz no te harĂ­a daño.

Kaor desvió la mirada, molesto consigo mismo por haber bajado la guardia. La cabaña estaba en silencio, excepto por el leve crujido de la madera y el canto lejano de los cuervos tras la lluvia.

—¿QuĂ© haces aquĂ­ sola? —preguntĂł de pronto.

—¿En mi casa? ¿Viviendo? —bromeó ella.

Él la miró con expresión seria, como si buscara leer algo más allá de sus palabras.

Ailén suspiró.

—PerdĂ­ a mis padres hace años. No me llevo con el resto de la familia. Esta cabaña era de mi abuela. La restaurĂ© y decidĂ­ quedarme. AquĂ­ es donde me siento
 en paz.

—¿Paz? —repitiĂł Kaor, como si esa palabra fuera un idioma extraño para Ă©l—. No hay paz cuando estĂĄs tan cerca del Linde del Umbral.

Ella se tensĂł ligeramente.

—¿Conoces ese nombre?

—Lo he cruzado muchas veces. Y sĂ© que algo se agita detrĂĄs del velo. Oscuro. Antiguo. No deberĂ­as estar aquĂ­.

Ailén lo observó por unos segundos. Sus ojos dorados no eran tan fríos como el primer día. Estaban cansados, sí. Pero también
 tristes.

—Y tĂș tampoco deberĂ­as haber terminado desangrĂĄndote en mis arbustos, pero el destino tiene un sentido del humor raro —respondiĂł, cerrando su libro—. Mientras no vengas a devorarme por las noches, puedes quedarte.

—¿Y si te dijera que ya lo he considerado?

—Entonces espero que al menos tengas la cortesía de lavarte primero —dijo con una sonrisa tranquila.

Kaor gruñó en respuesta. ÂżEra burla lo que sentĂ­a? ÂżO acaso
 diversiĂłn?

Horas mĂĄs tarde, AilĂ©n volviĂł del jardĂ­n con una canasta llena de hierbas frescas. Al entrar a la cabaña, encontrĂł a Kaor de pie junto al ventanal, cubierto solo por una manta que le colgaba del hombro. Su espalda musculosa estaba llena de cicatrices, y en su piel aĂșn brillaban trazos oscuros que el manĂĄ corrupto no habĂ­a dejado ir.

Él se giró lentamente al escucharla.

—El bosque me llama. Lo siento en los huesos. Algo se mueve
 algo que no es natural.

—¿Quieres salir? —preguntĂł AilĂ©n, preocupada.

—No
 aĂșn no. Pero pronto tendrĂ© que enfrentar lo que me sigue.

Ella asintió, dejando la canasta sobre la mesa. Caminó hacia él sin miedo, como si ya no lo viera como una bestia, sino como un hombre roto.

—Cuando llegue ese momento
 no tienes que enfrentarlo solo.

Kaor la mirĂł, desconcertado.

—¿Por quĂ© haces esto? No sabes quiĂ©n soy. Ni lo que puedo hacerte.

Ailén sostuvo su mirada con calma.

—No necesito saberlo todo. Solo sĂ© que si alguien cayĂł del cielo en mitad de mi bosque, y sobreviviĂł con media vida, no es por casualidad. Y si esa persona—bestia o no—necesita ayuda, no voy a darle la espalda.

Él se quedĂł en silencio. Por dentro, algo se desmoronaba lentamente. Durante años habĂ­a creĂ­do que su destino era la soledad, la guerra, la venganza. Pero esa mujer, con sus manos llenas de tierra y su corazĂłn limpio, le estaba mostrando que tal vez habĂ­a otra opciĂłn.

Y eso
 le aterraba.

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