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🌑 Capítulo 2: El nombre de la bestia

El amanecer se filtraba entre las rendijas de la persiana, tiñendo la cabaña con tonos dorados. El fuego en la chimenea ya se había reducido a brasas, y Ailén, adormecida en la silla junto al sofå, apenas reaccionó cuando escuchó el crujir de las mantas.

—¿Dónde
 estoy?

La voz era profunda, rasposa. Familiar.

Ailén abrió los ojos lentamente, y su mirada se encontró con la de él. Estaba despierto. No del todo alerta, pero consciente. Y esta vez, sus ojos no eran salvajes
 eran cautelosos. Humanos.

—En mi cabaña —respondiĂł ella con voz suave—. Te encontrĂ© en el bosque. Estabas herido. Muy mal.

Él la observó, desconfiado, como si sus palabras pudieran ser una trampa. Luego, con lentitud, intentó incorporarse. Su cuerpo tembló por el esfuerzo, pero logró sentarse.

—No debiste traerme aquí.

—Ya lo dijiste anoche. Pero si no lo hacĂ­a, estarĂ­as muerto —replicĂł AilĂ©n, levantĂĄndose para acercarle una taza de infusiĂłn caliente—. Bebe. Es para el dolor.

Él no la tomó.

—¿QuĂ© pusiste en esto?

—¿Crees que intento envenenar a un hombre con orejas peludas y cola esponjosa? —sonrió—. Tranquilo. Solo raíz de luna y flor de nevargenta. Calmantes naturales.

Finalmente, el extraño aceptĂł la taza, pero no bebiĂł de inmediato. Sus dedos largos, de uñas oscuras y afiladas, se aferraban al borde como si aĂșn no estuviera convencido de que no era una prisionera disfrazada de enfermera.

—No eres humana.

Ailén se quedó quieta.

—¿Y tĂș sĂ­?

El silencio se instaló entre ellos como una niebla densa. Luego, él bajó la vista y bebió un sorbo.

—No deberías involucrarte conmigo.

—Ya estoy involucrada —dijo ella, cruzĂĄndose de brazos—. EstĂĄs en mi sofĂĄ, usando mis mantas y bebiendo mis infusiones. AsĂ­ que, si vamos a seguir con esta extraña convivencia
 al menos dime tu nombre.

Él dudó.

—Kaor.

—¿Solo Kaor?

—Es suficiente.

—Bueno, Kaor, yo soy AilĂ©n —sonriĂł con suavidad—. Puedes seguir gruñendo y mirĂĄndome como si fuera una amenaza, pero si no aceptas mi ayuda, tu manĂĄ no se va a recuperar.

Él la mirĂł, frunciendo el ceño.

—¿Cómo sabes sobre el maná?

—No soy una bruja ni una criatura mágica. Solo
 tengo buen instinto. Y un par de libros antiguos que hablan de cosas que la gente normal prefiere ignorar.

Kaor guardó silencio. Luego bajó la vista hacia sus propias manos. La piel de sus brazos mostraba venas oscuras, como si algo lo estuviera consumiendo por dentro. Ailén las observó con atención.

—¿Te atacaron con corrupción?

Él alzó la mirada, sorprendido.

—Eres más lista de lo que pareces.

—Gracias
 creo —respondiĂł, volviendo a sentarse frente a Ă©l—. ÂżFue alguien de tu especie?

—Mi especie me traicionó. Me arrebataron el maná. Quisieron matarme. Casi lo logran.

La franqueza de sus palabras la dejó en silencio. Era la primera vez que no hablaba con tono sarcástico o defensivo. Solo
 cansado.

—¿Y quĂ© piensas hacer ahora?

—Recuperarme. Irme. Y luego
 destruirlos.

El aire pareciĂł volverse mĂĄs denso. La taza en sus manos temblĂł ligeramente por la fuerza con la que la apretaba.

Ailén suspiró.

—No me gustan las venganzas.

—No te he pedido tu opiniĂłn —gruñó Ă©l, y se levantĂł de golpe
 solo para tambalearse y volver a caer sobre el sofĂĄ, jadeando.

—Y yo no te he pedido que seas amable, pero al menos intenta no desangrarte en mi sala —dijo con una sonrisa forzada.

Kaor apretĂł la mandĂ­bula, furioso consigo mismo. Ella se acercĂł y volviĂł a cubrirlo con la manta.

—Descansa, lobo testarudo. Todavía no estás listo para ir a ninguna parte.

Por un momento, Kaor no respondiĂł. Luego, casi en un susurro, dijo:

—Te pondrás en peligro por mi culpa.

—Tal vez. Pero no soy tan frágil como piensas.

Ella se alejó hacia la cocina, y él la observó, sin poder evitarlo. Había algo en ella que lo desconcertaba mås que cualquier hechizo. No era su belleza tranquila, ni su forma de moverse entre libros y frascos
 era su calma. Su calidez. Esa absurda y terca bondad que lo irritaba y al mismo tiempo lo arrastraba como una corriente.

Kaor cerrĂł los ojos, y por primera vez en mucho tiempo, dejĂł que su cuerpo descansara.

Tal vez
 solo tal vez
 podía quedarse un poco más

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