Kaor sentía el peso del artefacto como si llevara una piedra viva colgando de su pecho. No se movía. No brillaba. Pero algo dentro de él palpitaba. A cada paso, parecía susurrarle, como un corazón que no era suyo… pero ahora latía con él.
Ailén lo observaba con creciente inquietud. Desde que habían abandonado el Valle de los Silencios con la Sangre del Eco, Kaor no era exactamente el mismo. Más callado. Más tenso. Sus silencios ya no eran serenos… eran silencios de quien escucha algo que no debería estar ahí.
A veces, mientras dormía, Kaor murmuraba palabras en un idioma que ella no reconocía, pero que el cristal reaccionaba a ellas con una leve vibración. Eso la preocupaba más que cualquier criatura.
Porque no era un enemigo lo que la amenazaba. Era el vínculo. Era él.
Llevaban cinco días de camino, siguiendo las indicaciones que Maeyra había marcado en el mapa antes de despedirlos. Neril marchaba con ellos, aunque algo había cambiado también en él. El joven de ojos nebulosos hablaba