La frontera del bosque no tenía nombre.
Solo un susurro que se repetía entre los árboles: “No mires atrás.”
Ailén y Kaor se abrieron paso a través de la niebla matinal. El mapa que Maeyra les entregó marcaba el camino hacia el Valle de los Silencios, un lugar sellado por antiguas raíces y protegido por guardianes que ya no existían. Allí yacía la Sangre del Eco.
Un artefacto capaz de arrancar el alma de un vínculo… y convertirla en arma.
La voz de Teyon se había silenciado, al menos por ahora. Pero Ailén lo sentía acechando. Como si observara desde detrás del viento.
Kaor caminaba en silencio. Su mirada escaneaba cada rincón. Ya no era solo el guardián salvaje. Ahora llevaba el peso del vínculo en cada paso. Y también algo nuevo:
Miedo.
A tres días de camino, al anochecer, encontraron al muchacho.
Estaba sentado junto al río, con una capa rasgada y una piedra en la mano. Hablaba solo. O eso parecía.
—No deberían ir al Valle —dijo sin mirarlos.
Kaor frunció el ceño y sacó una de sus da