El sonido de los disparos aún retumbaba cuando Luca se lanzó hacia la ventana rota, arrastrando a Eva con él hasta ponerse a cubierto detrás del sofá. El corazón de ella latía desbocado, pero su mente se mantenía sorprendentemente clara. Estaban bajo ataque, y cada segundo contaba.
—Quédate aquí —ordenó Luca, sacando la pistola de su cinturón.
—¡Ni lo sueñes! —replicó Eva, asomándose lo justo para ver la oscuridad afuera. Un par de luces de faros se apagaban a lo lejos; el atacante había disparado desde un vehículo detenido en el camino de entrada.
Luca gruñó con frustración, pero no discutió más. Se arrastró hacia la puerta, manteniéndose bajo, y salió al porche. Eva lo siguió, contra todo consejo, armada solo con su celular y la determinación de no quedarse de brazos cruzados.
El silencio que siguió fue aún más inquietante que los disparos. El motor lejano de una camioneta rugió, acelerando en dirección al camino principal. Luca corrió hasta su propio vehículo y saltó al volante.
—¡