Alejandro luego de conducir por más de una hora, finalmente llegó a la casa que juraba, que ya no existía. El acceso no fue el problema, tal parecía que alguien lo esperaba, pero quien estaba ahí dentro, tampoco lo sabía.
- Señor, tal como lo dijo, su hijo acaba de llegar; con esto, comprobamos que nos anda siguiendo los pasos. ¿Qué piensa hacer? -dijo uno de los guardaespaldas de Maximiliano Mendoza.
- Voy para allá, solo vigila que este idiota no cometa otra estupidez, si hace las cosas bien, sé que podré irme tranquilo; de lo contrario, en dos o tres días, todo cambiará de manera significativa.
- Bien, lo vigilaré y solo entraré en acción si usted me lo permite o la situación lo amerita.
- Está bien, llego en 20 minutos… -dijo Maximiliano terminando la llamada mientras se dirigía a su auto.
Maximiliano sabía que Alejandro era perspicaz, pero él, él, era un viejo lobo de mar que no podía ser engañado tan fácilmente y menos por su hijo.
De regreso a la mansión, donde alguna vez Alejan