Alejandro, por instinto, llevó a Eva detrás de él mientras veía la camioneta donde estaba ya su hija y los otros niños.
- ¡Vengo por Eva! ¡Tú la secuestraste! No sé qué hayas hecho con ella, pero ella no se llama María, ella es Eva y es mi esposa… -dijo Alejandro mirando de reojo a Eva, que mostraba una gran confusión.
Pues si bien parecía no entender lo que sucedía, claramente escuchó que su esposo sí conocía al hombre que ahora la tenía detrás de él.
- ¿Tú esposa? ¡Por Dios, Alejandro! ¡Admítelo! ¡Te gané! María, ven para acá, todo está bien, cielo, solo camina hacia mí…
Los ojos de aquel hombre que la llamaba mostraban una ira retenida que nunca había visto, ¿o sí?
- ¡Eva no vayas! ¡Él no es tu esposo! ¡Debes recordar! Ya se han perdido muchas vidas por esto; Demian tu hermano, murió al venir a buscarte aquí, Serena, la madre de Natalia, murió cuando vinieron a buscarla. ¡No puedes ir con él! ¡Él es peligroso, por favor! -suplicó Alejandro al sentir que ella se soltaba de sus manos