13. El primogénito
Emilia Díaz
El aroma a flores impregnaba la habitación. Ramos de todos los tamaños y colores decoraban cada rincón, junto con cajas de regalo envueltas en papel elegante. Detalles lujosos, costosos… sobrios.
Tomé una de las tarjetas y recorrí con la mirada el nombre en la firma. No lo reconocí. Lo mismo con las demás. Parecía que todo aquello venía de personas desconocidas. Suspiré.
Bajé la vista y sonreí con ternura.
Mi hijo dormía plácidamente entre mis brazos, su respiración era un pequeño susurro. Solo lloraba cuando tenía hambre, el resto del tiempo era un ángel. Me hacía gracia cómo fruncía el ceño en sus sueños, igual que su padre.
Igual que Álvaro.
Le acaricié la mejilla con la yema de los dedos.
—¿Cómo estará tu padre, mi amor? —pregunté en un murmullo.
Sus ojos se abrieron apenas, observándome con inocencia.
Mi corazón dolió.
—Solo deseo que haya podido volver a ser el Álvaro que conocí… que haya dejado atrás el caos que aquel psiquiatra sembró en su mente.
Tomé su manita di