22. La amante II
Esteban Cazares
La casa estaba en silencio, pero dentro de mí todo era un maldito caos. Caminaba de un lado a otro por el despacho… no, su despacho, el que alguna vez fue de mamá, donde pasaba sus ratos leyendo y que ahora había convertido en mi refugio.
Mis puños temblaban.
Emilia se había ido. Se había largado con ese imbécil. No había regresado desde que se marchó de la mansión… y no hacía falta tener un máster en deducción para saber con quién estaba.
Tomé el teléfono con furia.
—Ramírez, necesito que redactes una demanda por secuestro. Emilia desapareció con el niño, ¡y quiero que me los devuelvan! —espeté, sin siquiera saludar.
Mi abogado murmuró algo del otro lado, una promesa de devolverme la llamada en cuanto tuviera el borrador. Colgué sin despedirme.
Pasaron las horas como cuchillos lentos sobre mi piel. Cada minuto era una tortura, cada recuerdo de Emilia a mi lado... se clavaba como una daga. Me estaba volviendo loco.
Entonces, sonó el teléfono.
—Dime que ya lo tienes —so