14. La venta
Álvaro Duarte
Entré a la cocina hecho una furia, sintiendo cómo el calor del coraje me recorría desde el pecho hasta las sienes. La imagen no dejaba de repetirse en mi cabeza: Esteban, con esa maldita sonrisa de satisfacción, rodeando la cintura de Emilia.
Apreté la mandíbula hasta que sentí un leve crujido en la quijada. Emilia y Esteban tenían un hijo. Un vínculo eterno. Algo que, por más que doliera, los conectaría de por vida. Y yo... yo solo tenía promesas. Recuerdos. Y una esperanza que comenzaba a tambalearse.
No estaba preparado para perderla. No ahora. No así.
Escuché los pasos de Bruno y Christa entrar detrás de mí. Las botas de él resonaban pesadas contra el piso de madera, la ligereza de ella contrastaba como una ráfaga suave en medio de la tormenta.
—Hombre, no te digo que no vayas —empezó Bruno, cruzándose de brazos—. Pero creo que aún es muy pronto. Las mujeres necesitan tiempo para recuperarse. Ese bebé apenas acaba de nacer. No creo que Emilia esté lista para moverse