21. En cuerpo y alma
A las siete en punto, Santiago llegó por mí, tal como había prometido. Vestía una camisa azul claro que resaltaba sus ojos, y llevaba un ramo de flores en las manos.
—Para ti —dijo, extendiéndomelo con una sonrisa tímida.
—Gracias —respondí, aceptándolo con una mezcla de alegría y tristeza. Llevé la nariz a las flores, recordando cómo se sentía caminar por el campo lleno de flores silvestres.
Santiago me llevó a un pequeño restaurante en el centro de la ciudad, un lugar acogedor, iluminado con cálidas luces que creaban un ambiente íntimo. Durante la cena, me hizo reír con historias de su infancia, anécdotas divertidas sobre sus hermanos. No me había equivocado al pensar que su familia pertenecía a una clase social muy por encima de la mía. Incluso si mi padre aún viviera, la diferencia era evidente: toda su familia eran médicos prestigiosos. Ese pensamiento me llevó inevitablemente a recordar a la mujer que conocí cuando fui a buscarlo a aquel residencial de gente rica.
Pero al final