20. Encuentro
Habían pasado días desde que hablé con Santiago. No había tenido noticias de él nuevamente, tampoco de Margarita. Todas las mañanas despertaba con una angustia en el pecho, deseando con todas mis fuerzas estar en Montenegro, pero no podía. Aún no. Además, le había prometido a Santiago esperar a que viniera a buscarme.
—Christa, tienes una llamada… —escuché esa mañana la voz de la señora Esther.
Rápidamente salí de mi habitación y bajé las escaleras, dirigiéndome a la planta baja.
—¡Hola! —saludé con alegría y emoción, esperando que fuera Santiago o Margarita.
Pero la risita que escuché al otro lado de la línea me paralizó por completo.
—Hola, cuñadita. ¿Cómo has estado? ¿Me extrañaste?
Pensé en colgar, pero su voz burlona me detuvo.
—Ni se te ocurra hacerlo —ordenó.
Estaba inmóvil. ¿Cómo había conseguido mi teléfono?
—Vete al carajo, maldito —contesté, llena de rabia.
—Más te vale que me escuches, Christa. Vas a regresar al pueblo.
—No, yo no regresaré… —lo interrumpí.
Podía sentir la