Destino de fuego y luna
Destino de fuego y luna
Por: Anabel Espejo
La luna roja

En mi cabeza aún resonaban las palabras de mi padre:

—Te casaras con Kael de Kaelor, mañana, durante la Luna Roja.

Mi manada estaba por iniciar una guerra contra el Alfa Maldito, pero este los descubrió y, como tratado de paz exigió que le entregaran a su próxima Luna.

Nuestros ancianos no eran tontos: si la guerra estallaba, debían protegerse de la furia del Alfa Kael. Por eso eligieron ofrecer a la loba más débil que había en la manada… a mí.

El aire olía a humo, a tierra húmeda y a miedo. No al mío… al de ellos.

Las antorchas formaban un círculo perfecto alrededor de mí, mientras los ancianos murmuraban palabras antiguas que no entendía.

Tenia las manos atadas con una cuerda fría y áspera, y el corazón latiéndome tan fuerte que parecía quererse escapar de mi pecho.

“Tranquila, Lía” Me repetí. Pero era una mentira, y lo sabía.

El alfa Kael llego al último. Siempre llegaba al último, como si el mundo tuviera que esperar que el decidiera moverse. La multitud se abrió en silencio cuando lo vieron caminar hacia el altar: alto, corpulento, con esa postura de hombre que carga demasiado. Sus ojos grises brillaban como el acero bajo la luz rojiza de la luna.

Dicen que está maldito. Dicen que su alma pertenece a la oscuridad desde que era niño. Dicen muchas cosas… pero nadie se atreve a decirlas cerca de el.

Yo lo mire cuando subió los escalones al altar. Y el me miro como si yo fuera un recordatorio molesto de algo que no había elegido.

—Empecemos —ordeno Kael con voz baja, rasposa.

Los ancianos asintieron. Uno de ellos me tomó del brazo, empujándome hacia el centro del altar. Me temblaban las piernas, pero no iba a dejar que nadie lo notara. No cuando todos esperaban que yo muriera en ese ritual.

Porque así estaba escrito: “Si la luna es débil, morirá al unirse al alfa maldito.”

Toda mi vida escuche esa profecía, y ahora yo era la protagonista.

Las campanas sonaron tres veces, Kael se colocó frente a mí. No me toco, ni siquiera me rozó. Pero su presencia era suficiente para dejarme sin aire.

—dame tu mano —dijo

Lo dude, no por miedo a él… sino por lo que significaba.

—Hazlo —susurró con un tono que, aunque duro, escondía algo más. Cansancio. Peso, o tal vez. miedo.

Tragué saliva y extendí mi mano.

El alfa tomó mi muñeca con firmeza. Un segundo después, sentí el corte: una fina línea caliente y veloz que me abrió la piel. Él hizo lo mismo consigo. La sangre cayó sobre la piedra del altar, mezclándose.

El anciano levanto el cuenco sagrado.

—Que la luna bendiga esta unión. Que el destino cumpla lo escrito.

La piedra del altar comenzó a brillar.

Un calor intenso subió por mi brazo, quemándome desde dentro. Di un grito; me arrodillé sin poder evitarlo. Kael apretó los dientes como si también sintiera el ardor, pero se mantuvo firme.

Entonces pasó. La marca.

Un símbolo se encendió en mi piel: una luna partida por la mitad, rodeada de líneas que parecían raíles de luz.

La multitud gritó. Alguien grito: ¡Es real! ¡La profecía se cumple!

Vi a mi padre palidecer, y Kael… Kael retrocedió medio paso, como si lo que vio lo hubiera golpeado. La marca apareció en su brazo también, idéntica.

—No… —susurró él, casi sin voz.

La luna roja brilló más fuerte, iluminando el altar.

El anciano proclamó:

—Queda sellado el vínculo. Ella es tu Luna. Y en la próxima luna roja… morirá.

Mis piernas dejaron de sostenerme. Caí. Todo se tornó borroso, pero antes de perder el conocimiento, sentí algo cálido sosteniéndome. Las manos de Kael.

—No vas a morir —gruñó él, como si tuviera prometiéndoselo a sí mismo. — No voy a permitirlo.

Y esa fue la primera vez que escuché al Alfa Maldito temblar.

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