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Capítulo 14: Linternas Rojas y Promesas Doradas

El Pabellón de Invierno brillaba bajo la luz de cientos de linternas rojas, sus paredes de madera oscura adornadas con sedas carmesí y dorados que centelleaban como fuego. El aire olía a incienso de sándalo y a la dulzura de las frutas frescas dispuestas en bandejas de laca, pero Aisha, sentada en el centro de la habitación, solo podía pensar en una cosa:

«¿Por qué demonios hay tantas linternas rojas?»

Lián y Mei trabajaban con una urgencia casi frenética, sus manos ágiles trenzando el cabello de Aisha con hilos de oro y perlas, mientras le untaban aceites perfumados en la piel.

— ¡Más rápido! — susurró Mei, ajustando el brocado del vestido de seda roja de Aisha — el príncipe llegará en cualquier momento.

Aisha, con los ojos muy abiertos, miraba el reflejo de una extraña en el espejo: una mujer con labios teñidos de rojo oscuro, mejillas sonrosadas y un vestido que parecía hecho de llamas.

— ¿Por qué me están vistiendo como si fuera a ser sacrificada? — preguntó, torciendo el cuello para ver mejor.

Lián dejó escapar un suspiro exasperado.

— Alteza, ¿en serio no sabe lo que es la consumación?

— ¡Claro que lo sé! — dijo Aisha, frunciendo el ceño — es cuando dos personas se unen en.… en... — hizo un gesto vago con las manos — algo así como un pacto sagrado, ¿no?

Mei se llevó las manos al rostro.

— ¡Por los dioses! — murmuró — Alteza, la consumación es cuando el príncipe... — bajó la voz hasta casi convertirse en un susurro — te toma como suya.

Aisha palideció.

— ¿Como suya? ¿En el sentido de...?

— ¡Sí, en ese sentido! — confirmó Lián, exasperada.

Aisha se puso de pie tan rápido que casi derribó el taburete.

— ¡ESO NO ES LO QUE YO QUERÍA DECIRLE! — gritó, desesperada — ¡Yo solo quería que me diera poder! ¡No que me comiera como a un cordero!

Las sirvientas se miraron, conteniendo una mezcla de risa y horror.

— Alteza — dijo Mei, con paciencia — la próxima vez, pregúntenos antes de decir cosas así.

— ¡Pero ahora es demasiado tarde! — gimió Aisha, hundiéndose en la cama — ¡Si lo rechazo, me cortarán la cabeza!

— Exacto — confirmó Lián con solemnidad — y sería una pena perder esa cabecita tan linda.

Aisha se tapó la cara con las manos, murmurando entre dientes algo que sonó como "¿Por qué soy así?".

Mei, compasiva, se sentó a su lado.

— Mire, Alteza, no todo es malo. Hay un protocolo. Si el príncipe la invita a sentarse primero y le sirve el vino, significa que la valora. Si se sienta junto a usted, es porque la considera su igual. Pero si entra, se sirve sin mirarla y se sienta como si usted no existiera...

— ¿Entonces qué? — preguntó Aisha, asomando los ojos entre los dedos.

— Entonces sí, probablemente le corten la cabeza — terminó Lián con un encogimiento de hombros.

Aisha dejó escapar un quejido dramático.

— ¡No quiero que me corten mi cabecita!

Mei le acarició el pelo con ternura.

— Tranquila, Alteza. Nosotras la prepararemos. Solo siga nuestras instrucciones y todo saldrá bien.

— ¿Y si... duele? — preguntó Aisha en voz baja, repentinamente seria.

Lián y Mei intercambiaron una mirada.

— Duele un poco — admitió Mei — pero después... duele menos.

Aisha tragó saliva.

— Bueno. Entonces... ¿qué hago?

— Primero, no grite — dijo Lián.

— Segundo, no lo golpee — añadió Mei.

— Tercero, respire — concluyó Lián.

Aisha asintió, decidida.

— No gritar, no golpear, respirar. Lo tengo.

— Y, sobre todo... — Mei le tomó las manos — déjese llevar.

— ...

—...

— ¿Eso es todo?

— Sí.

— ¡Eso no ayuda en nada!

Antes de que pudieran seguir discutiendo, un golpe en la puerta las hizo callar.

— ¡El príncipe! — susurró Mei, arreglando rápidamente el último detalle del vestido de Aisha.

Lián corrió hacia la entrada, inclinándose profundamente mientras las cortinas se apartaban.

Ragnar estaba allí, vestido de negro y oro, su figura imponente llenando el marco de la puerta. Sus ojos dorados escudriñaron la habitación antes de posarse en Aisha, quien, a pesar de sus nervios, logró mantenerse erguida.

— Su dama la espera, Alteza — dijo Lián con una reverencia.

Ragnar esbozó una media sonrisa.

— Lo dudo mucho.

Aisha sintió que el corazón le latía con fuerza. «A estas alturas, ya deben haberle explicado qué es la consumación», pensó él, observando cómo sus mejillas se teñían de un rojo intenso.

Entró con paso firme, deteniéndose frente a ella.

— ¿Me permites? — preguntó, señalando el asiento a su lado.

Aisha, recordando las instrucciones de sus sirvientas, asintió con la cabeza. «Si me invita a sentarme primero, es buena señal»

Ragnar se inclinó ligeramente, tomando una copa de vino y sirviéndole primero a ella.

«¡Me sirve primero a mí! ¡Eso significa que soy importante!»

Ella tomó la copa con manos temblorosas, bebiendo un sorbo. El vino era dulce, con un dejo especiado que le calentó la garganta.

Ragnar se sentó a su lado, sirviéndose después.

— Aisha — dijo, su voz grave pero suave — ¿sabes por qué estoy aquí?

Ella tragó saliva.

— Por... la consumación.

Él asintió.

— Pero antes, quiero que me digas la verdad. ¿Qué querías realmente cuando me dijiste que me deseabas?

Aisha bajó la mirada, jugueteando con el borde de su vestido.

— Yo... no quería esto — confesó — bueno, no exactamente. Quería pedirle poder.

Ragnar arqueó una ceja.

— ¿Poder?

— Sí — dijo ella, levantando la vista — no para mandar, sino para defenderme. En el pasado, no pude proteger a los que amaba. Ahora que estoy aquí, en este palacio que es como un campo de batalla, quiero poder hacerlo. Quiero proteger a Lián, a Mei... y a mí misma.

Ragnar la observó en silencio, sus ojos dorados brillando con algo que ella no podía descifrar.

— ¿Eres ambiciosa, Aisha?

— No — respondió ella con firmeza — solo quiero ser fuerte.

Él sonrió, lento, como si acabara de descubrir algo precioso.

— Entonces te lo daré.

Aisha iluminó el rostro.

— ¿En serio?

— En serio — confirmó él — pero...

— ¿Pero?

— Pero eso no cambia el hecho de que esta noche, vamos a consumar.

Aisha abrió la boca para protestar, pero Ragnar le acarició la mejilla con el dorso de los dedos, deteniéndola.

— Es mi deber como príncipe — dijo, su voz un susurro — pero también es mi elección.

Ella lo miró, confundida.

— ¿Qué quiere decir?

Él se inclinó hacia ella, hasta que sus labios estuvieron a un suspiro de distancia.

— Te deseo, Aisha. Te quiero a ti. Solo a ti.

Aisha sintió que el aire le faltaba. «¿Por qué dijo eso? ¿Por qué lo dijo así?»

Antes de que pudiera reaccionar, Ragnar cerró la distancia entre ellos, besándola con una ternura que la dejó sin aliento.

Era su primer beso.

Y en ese instante, mientras las linternas rojas proyectaban sombras danzantes en las paredes, Aisha comprendió que esto no era solo un deber.

Era una promesa.

— No temas — murmuró Ragnar contra sus labios — seré gentil.

Y así, entre susurros y caricias, la noche los envolvió, sellando un pacto que iba más allá del poder, más allá del deber.

Una entrega no solo de cuerpos, sino de almas.

El beso de Ragnar comenzó suave, como el roce de un pétalo contra su boca, pero pronto se volvió más intenso, más urgente. Aisha sintió sus manos, grandes y callosas, deslizarse por su espalda, deshaciendo los lazos de su vestido con una paciencia que contrastaba con el fuego en sus ojos.

— Respira — murmuró él contra sus labios cuando ella se quedó sin aire.

Ella obedeció, jadeando, sintiendo cómo la seda roja se deslizaba por sus hombros, dejando su piel al descubierto.

Sus manos, habituadas a empuñar espadas con la frialdad de quien ha dominado mil batallas, temblaron levemente al deslizar los dedos por los lazos de su vestido. Aisha contuvo el aliento: ¿acaso el temido Príncipe Lobo podía dudar?

El vestido carmesí, que horas antes la había convertido en una ofrenda sacrificial, cayó como las paredes de una fortaleza derribada. Ya no era la doncella adornada para el ritual, sino Aisha desnuda ante él, sin más armadura que su propia piel. El aire fresco de la habitación le erizó los brazos, pero el calor de Ragnar era suficiente para quemar cualquier temor.

— ¿Nerviosa? — preguntó él, trazando círculos en su cintura con los dedos.

Aisha tragó saliva.

— Un poco.

Él sonrió, esa sonrisa de lobo que siempre la hacía sentir atrapada entre el miedo y la fascinación.

— No me creerías si te dijera que yo también.

Ella lo miró, sorprendida.

— ¿Tú? ¿Nervioso?

Ragnar dejó escapar un suspiro, como si estuviera decidiendo si confesar algo.

— Aisha… — su voz era más suave de lo habitual — no solo es tu primera vez. También es la mía.

Ella abrió los ojos todo lo que sus parpados se lo permitieron.

— ¿Qué?

Él apartó la mirada por un instante, algo que nunca hacía.

— Las concubinas anteriores… nunca las toqué. No de esta manera.

Aisha sintió que el corazón le latía con fuerza. ¿Era posible? ¿El temido Príncipe Lobo, heredero del imperio, nunca había…?

— Pero… ¿por qué? — logró preguntar.

Ragnar volvió a mirarla, y esta vez, sus ojos dorados no tenían rastro de burla.

— Porque nunca quise a nadie. Hasta ti.

Esa confesión la dejó sin palabras.

Él aprovechó para inclinarse y dejar un beso en su hombro, luego en su clavícula, el valle entre sus senos. Cada beso era una marca silenciosa, un recordatorio de que, aunque fuera un príncipe, un guerrero, un hombre temido por todos… en ese momento, solo era suyo.

Aisha cerró los ojos, dejándose llevar por la sensación, hasta que un gemido escapó de sus labios.

— Eso — susurró Ragnar, satisfecho — así me gusta oírte.

Sus manos continuaron explorando, aprendiendo cada curva, cada cicatriz, cada lugar que hacía que ella se estremeciera. Y cuando finalmente la llevó a la cama, entre almohadones de seda y sábanas perfumadas, lo hizo con una reverencia que no esperaba de él.

— ¿Me permites? — su voz era áspera, pero sus manos se inmovilizaron sobre su cintura, como si el último hilo de su autocontrol dependiera de su respuesta. Aisha vio entonces la tensión en su mandíbula, la gota de sudor que se deslizaba por su sien. El guerrero más poderoso del imperio estaba pidiendo, no exigiendo. Y eso la incendió por dentro.

Ella asintió, incapaz de hablar.

Y entonces, entre susurros y caricias, entre promesas y jadeos ahogados, se convirtieron en uno.

Cuando el dolor cedió, dejó paso a una extraña plenitud. Ragnar no se movió, enterró el rostro en su cuello y murmuró algo que sonó a plegaria. Aisha, aturdida, notó que sus propias lágrimas habían mojado las almohadas. No eran de pena, sino de algo más profundo: la certeza de que ya nada volvería a ser igual.

— Estás bien — dijo él, su voz ronca — siempre estarás bien conmigo.

Y Aisha, en medio del torbellino de emociones, lo creyó.

A la mañana siguiente, la luz del amanecer se filtraba suavemente por las celosías, pintando el suelo de dorado cuando Aisha despertó.

Al principio, no recordó dónde estaba. Pero luego sintió el peso de un brazo alrededor de su cintura, el calor de un cuerpo sólido contra su espalda, y todo volvió a ella en un instante.

Ragnar.

Se movió con cuidado, girándose para mirarlo.

Él dormía profundamente, su respiración lenta y regular, sus facciones relajadas en una expresión que jamás había visto en él: paz.

Aisha contuvo el aliento, estudiando cada detalle.

Su cabello oscuro, normalmente impecable, estaba despeinado, cayendo sobre su frente como si por fin se hubiera permitido ser imperfecto. Sus pestañas, sorprendentemente largas, proyectaban sombras sobre sus mejillas. Hasta su boca, siempre firme y dispuesta a soltar órdenes o sarcasmos, estaba ligeramente entreabierta, suave.

«Dioses, es hermoso»

La idea la sorprendió. Ragnar no era hermoso en el sentido tradicional. Era fiero, imponente, tallado como una espada lista para la batalla. Pero así, vulnerable, con la luz del amanecer acariciando su piel…

«Era lindo»

Y eso era casi más peligroso que cualquier otra cosa.

No pudo resistirse. Extendió una mano, deteniéndose justo antes de tocar su rostro.

— Si vas a acariciarme, hazlo bien — murmuró él de pronto, sin abrir los ojos.

Aisha retiró la mano como si lo hubiera quemado.

— ¡No estaba…! ¡Es decir, yo solo…!

Ragnar rio, un sonido profundo y cálido que vibró en su pecho.

— Mentira. Me estabas admirando — dijo, abriendo por fin los ojos, dorados y llenos de diversión — no te avergüences. Es mi derecho como príncipe ser admirado.

Ella lo golpeó en el hombro, pero él solo la atrajo más cerca, enterrando el rostro en su cabello.

— Duerme un poco más — susurró — el mundo puede esperar.

Y Aisha, aunque sabía que había mil cosas que decir, mil preguntas que hacer, simplemente se acomodó contra él, dejando que el ritmo de su corazón la arrullara de vuelta al sueño.

Porque, después de todo, el mundo podía esperar.

Al menos por esa mañana.

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