El Pabellón de Invierno brillaba bajo la luz de cientos de linternas rojas, sus paredes de madera oscura adornadas con sedas carmesí y dorados que centelleaban como fuego. El aire olía a incienso de sándalo y a la dulzura de las frutas frescas dispuestas en bandejas de laca, pero Aisha, sentada en el centro de la habitación, solo podía pensar en una cosa:
«¿Por qué demonios hay tantas linternas rojas?»
Lián y Mei trabajaban con una urgencia casi frenética, sus manos ágiles trenzando el cabello de Aisha con hilos de oro y perlas, mientras le untaban aceites perfumados en la piel.
— ¡Más rápido! — susurró Mei, ajustando el brocado del vestido de seda roja de Aisha — el príncipe llegará en cualquier momento.
Aisha, con los ojos muy abiertos, miraba el reflejo de una extraña en el espejo: una mujer con labios teñidos de rojo oscuro, mejillas sonrosadas y un vestido que parecía hecho de llamas.
— ¿Por qué me están vistiendo como si fuera a ser sacrificada? — preguntó, torciendo el cuello p