Capítulo 10: El susurro de las esquirlas.
El mundo de Aisha se había hecho añicos como un espejo de jade arrojado contra los escalones del palacio. Cada fragmento reflejaba una pesadilla distinta: sangre azul, susurros de dioses y una mujer de cabello plateado que la observaba desde el abismo.
La fiebre le serpenteaba por las venas, convirtiendo su piel en pergamino al rojo vivo. Entre los delirios, oyó la voz de Nyrith. No el dios de los pórticos sagrados, sino el hombre: un agricultor de manos callosas y sonrisa cálida, arrodillado, en un templo olvidado; ante una deidad de ojos lunares, colmados de una tristeza milenaria; y su cabello era una cascada de mercurio, cada hebra un destello de luna nueva
— ¿Por qué les das tu sangre si solo ansían tu poder? — preguntó la diosa, acariciando su mejilla con dedos que brillaban como perlas bajo el agua.
Nyrith sonrió, esa sonrisa cálida que Aisha sintió como un puñal en el pecho, mientras observaba arder en sus ojos el mismo fuego que ahora consumía a Ragnar.
— Porque el hambre los