El sol ya se había escondido cuando el auto negro cruzó los portones grandes de la mansión Lancaster. Misma que entre sombras y luces cálidas, parecía más silenciosa de lo habitual. Una calma de esas que anuncian el cambio.
Rupert aparcó frente a la entrada principal. Antes de que Lena pudiera moverse, Kerem alzó el mentón y habló con voz baja y autoritaria.
—Lleva las bolsas a la habitación de Lena —Ropert asintió.
—No, no es necesario. Yo puedo con ellas —intervino ella, de inmediato.
No había sido un rechazo grosero, más bien un intento torpe por mantener algo de independencia.
Kerem no respondió. Solo descendió del auto guiado por Rupert. y una vez dentro, caminó con la misma seguridad que si pudiera ver cada escalón, cada baldosa, cada curva del pasillo. Su bastón no era necesario. Conocía cada espacio por dónde el cruzaba. Y estaba demasiado irritado como para tolerar oposición alguna.
Subió a su habitación. Cerró la puerta.
Lena se quedó sola con el chofer, que no