El avión comenzó a moverse con un zumbido bajo, constante. Lena sintió un cosquilleo recorrerle el estómago cuando las ruedas se separaron del suelo. No sabía si era por la altura o por la presencia de Kerem, sentado junto a ella, observándola con ese silencio firme que siempre imponía. Sus ojos se notaban intensamente vivos de alguna forma la envolvían y la embriagaban.
El ascenso la hizo aferrarse al reposabrazos. Kerem lo notó, tomó una copa de champaña y se la tendió.
—Bebe un poco —dijo simplemente.
Lena obedeció. El sabor frío y burbujeante le calmó la garganta, pero no el temblor que sentía por dentro. El avión se estabilizó y las luces del cielo se fueron difuminando en la ventana. Afuera, el atardecer se desvanecía, tiñendo el horizonte de un rojo tenue que pronto se volvió azul oscuro.
Kerem permaneció en silencio, con la mirada fija en ella. No hablaban, pero entre los dos se extendía algo más fuerte que cualquier palabra. Una calma tensa, cargada de sentido. Lena apoyó la