Lena inhaló hondo antes de soplar la vela que coronaba su pastel. La llama tembló, bailó por un segundo y luego se extinguió, dejando una voluta de humo que ascendió lentamente en el aire perfumado de flores frescas y cera.
Al final, Kerem había desistido de irse de inmediato, no sin antes permitirle a Lena tener ese momento.
—Es tu cumpleaños —le había dicho con ese tono que no admitía réplica—. Y vas a soplar la vela.
Así lo hizo. Habían traído el pastel con esmero, envuelto en detalles que hablaban del cuidado que se le había puesto, y aunque Lena al principio se resistió, porque ella también tenía muchas ganas de hablar con él, de tenerlo a solas para ella, terminó aceptando. Era una fecha importante, y esta vez no quería negarse a lo que la vida le ofrecía.
Cerró los ojos un instante y pidió su deseo. Uno que no era un deseo cualquiera. Era uno un tanto difícil, quizá egoista, o al menos así lo sentía. Porque deseó que Kerem nunca se apartara de su lado. Que siguiera ahí, pro