El suave murmullo de la tienda apenas era un susurro en comparación al silencio que reinaba entre ellos.
Lena aún contemplaba con asombro los largos estantes, los maniquíes perfectos, los espejos sin mancha. Nunca había estado en un lugar así. Jamás pensó estarlo.
A unos metros, Kerem permanecía sentado en un sillón de terciopelo oscuro, con el rostro impasible, los dedos largos apoyados sobre los reposabrazos y la cabeza ligeramente girada, como si escuchara el mundo más allá de los escaparates.
Entonces, su teléfono vibró en su bolsillo con un tono sutil, agudo y elegante que rompió la quietud. Era el tono que usaba exclusivamente para su madre.
Kerem no se movió. Ni siquiera hizo el gesto de sacar el móvil de su bolsillo. Lo que menos necesitaba en ese día era escucharla.
Ignoró la llamada de la misma forma que ignorarla una presencia molesta que ha estado siempre en el fondo de su vida.
Apenas segundos después, una mujer de voz suave, que evidentemente la encargada de la tienda,