Lena apenas había dormido.
La noche anterior, Branwen tocó a su puerta con una noticia que le revolvió el estómago: el señor Lancaster la llevaría de compras al día siguiente. Las palabras habían sido pronunciadas con la mayor normalidad, como si fuera un favor, como si no se tratara del mismo hombre que la había ignorado, que se molestaba solo por oírla respirar cerca del ala este.
Desde entonces, el nudo en su estómago no había hecho más que apretarse. Estaba segura de que era una trampa, una forma de burlarse de ella, de exponerla a algún tipo de humillación. Y sin embargo, no podía negarse. No tenía elección.
Apenas amanecía cuando Branwen llamó a la puerta de su habitación.
—Buenos días, Lena. Te traje una muda de ropa limpia. Es de la hija de una de las cocineras. Tal vez no sea de tu talla, pero se te verá bien. —La mujer le sonrió, queriendo aliviar su inquietud.
Lena recibió la ropa con gratitud. Cualquier cosa era mejor que sus vestidos gastados. Se vistió con rapidez, se p