Después de Amelia
Después de Amelia
Por: Lily
1. El lago de los cisnes

Amelia se movía rítmicamente al compás de la melodía «El lago de los cisnes» su control corporal tenía encantado a todo el público. Su cuerpo simplemente se dejaba llevar por el sonido de las notas musicales. Su precisión era asombrosa; sus manos dibujaban figuras en el aire mientras bailaban junto a ella. Entre pequeños saltos, patadas perfectas y giros suaves parecía que flotaba sobre el escenario, cuando inclinaba sus pies para ponerse de puntillas daba la impresión de que se elevaba unos centímetros del suelo.

Bruno su más grande admirador la observaba desde un rincón; todo en su interior se alteraba cada vez que veía como aquella jovencita se movía. Estaba ansioso por qué la noche diera fin, quería cortejarla como solía hacerlo desde que la conoció, llevaba un par de meses asistiendo a cada una de sus presentaciones y al final siempre le enviaba flores, rosas rojas en su mayoría, Amelia las recibía y después las acomodaba en alguna parte del lugar, pero nunca las llevaba a casa. Él decía que estaba muy enamorado de Amelia; no paraba de soñar con el día en que la tuviera junto a él, la deseaba con locura. Era evidente que aquello no era amor sino más bien una obsesión enfermiza que se agrandó desde la primera vez que ella lo rechazó.

Tenía la costumbre de buscarla al término de cada presentación para hacerle las mismas preguntas.

—Yo puedo darte lo que tú desees —le decía—. Joyas, dinero, viajes, cenas en restaurantes de lujo, ropa de marca y todo lo que me pidas —le aseguró.

—No me interesa su propuesta don Bruno —contestó ella en varias ocasiones.

—¿Que tengo que hacer para que estés conmigo? —le preguntó aquella noche.

—Nada en especial, simplemente no quiero —contestó ella.

—Entiende que yo te amo y que te deseo mucho —expresó Bruno con desesperación.

—Lamento no poder decir lo mismo —dijo mirándole a los ojos con seriedad.

—¿Cuánto quieres? ¿Cuánto hay que pagar?

—Lo lamento, no estoy en venta.

—No te pido más. Una noche conmigo y ya. ¿Qué tan difícil puede ser?

—No estoy acostumbrada a hacer ese tipo de cosas —respondió ella.

—Hay por favor, si se ve que eres bien puta —expresó desesperado por no conseguir lo que tanto deseaba.

Sus palabras detonaron ira en el interior de Amelia y sin pensarlo dos veces le dejó ir una bofetada en su mejilla izquierda.

—Usted no tiene ningún derecho de insultarme, solamente porque no deseo ser su mujer —le dijo mirándolo a la cara con enojo.

—Escucha muchachita —le advirtió con coraje—. Esto no se va a quedar así, te aseguro que me las vas a pagar.

—A mí no me amenace viejo rabo verde —se defendió.

—Niña tonta, cualquiera quisiera una vida como la que te ofrezco.

—Pues vaya y compre mujeres en otro lugar y déjeme en paz a mí —le pidió ella—. Yo no estoy interesada en su sucio dinero —terminó.

—Vas a ser mía —le aseguró sujetándola del brazo.

—Suélteme —exigió mientras intentaba escapar de su agarre.

—Te vas a arrepentir de tratarme así —le advirtió.

—Ya déjeme.

En ese momento se acercó un señor y se percató de lo que estaba sucediendo.

—¿Está todo bien señorita? —preguntó

—Por supuesto que está todo bien —respondió Bruno, liberando a Amelia.

—¿Se encuentra bien? —volvió a preguntar el señor dirigiéndose a la joven para asegurarse de su respuesta.

—Sí —contestó ella—. Estoy bien —aseguró.

Le dio temor ir a vestirse para salir del teatro así que colocó un abrigo sobre su vestuario, tomó sus cosas y se marchó, durante el camino pensó en todo lo que había sucedido y el miedo inundó su ser, nunca antes se había sentido del mismo modo. Tenía la costumbre de caminar sola, a veces muy tarde de la noche después de sus presentaciones, en otras ocasiones tomaba un taxi, pero nunca se sintió intimidada a pesar de como la miraban los hombres en algunas ocasiones.

Amelia era una jovencita de veinte años, hermosa como todas a esa edad; tenía el cabello largo, negro y ondulado. Su cuerpo era perfecto ante los ojos masculinos; grandes caderas, cintura marcada, glúteos redondos y senos pequeños. Ser bailarina de ballet le había dado el beneficio de mantener su cuerpo en perfecta forma, no era extraño que un hombre mayor como Bruno estuviera tan encaprichado con ella; él tenía cuarenta años y no era precisamente el sugar daddy perfecto, al menos no para Amelia. Ella a pesar de ser huérfana no deseaba una vida de lujos sino más bien soñaba con tener una historia de amor perfecta. Tenía éxito en el teatro como bailarina de ballet y vivía con dos jovencitas en las mismas condiciones que ella. Perla y Rubí eran sus amigas desde muchos años atrás, las tres se cuidaban y se ayudaban en lo que fuera necesario.

Aquella noche cuando llegó a casa, sus amigas se dieron cuenta que algo no estaba bien.

—¿Cómo te ha ido? —preguntó Perla.

—Bien, igual que siempre —contestó sin dar más detalles.

—¿Te pasa algo? —cuestionó Rubí.

—No, no pasa nada —aseguró.

—Te comportas extraña —dijo una de ellas.

—Solo estoy cansada —respondió acomodándose en la cama.

Las palabras de Bruno hacían eco en su cabeza y no podía evitar pensar en todo lo que le había dicho. Ella sabía perfectamente quien era él y no quería poner en riesgo ni su vida y mucho menos la de sus amigas; a fin de cuentas, las quería como hermanas ya que se conocieron en el orfanato desde que eran muy pequeñas y se fueron a vivir juntas al salir del mismo. Perla era fotógrafa; le encantaba congelar recuerdos en imágenes. Por su parte a Rubí le gustaba mucho la pintura; había pasado sus últimos años practicando, pero a Amelia le apasionaba la danza, el ballet principalmente. Se dedicó a eso desde que tenía uso de razón y ahora bailaba a la perfección; la habían contratado para ser la estrella principal en uno de los teatros más famosos de la ciudad. Vivía cómodamente, pero nunca se había involucrado con hombres por dinero, así como pensaba Bruno. Sus ingresos eran buenos y los mismos le permitían estar tranquila, aparte compartía gastos con sus dos amigas. Así que buscar la vida fácil no era algo que estuviera deseando en aquel momento.

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