6. Luna llena

Amelia no se quitaba las manos del vientre intentando sentir a su bebé en constante movimiento. Estaba llena de miedo, no quería perder a su hijo sin haberlo conocido.

La preocupación carcomía su tranquilidad, el camino al hospital se le hizo eterno y por más que lo intentaba no dejaba de llorar. Las palabras de sus amigas no lograban aplacar la angustia que se había adueñado de ella, entró caminando muy despacio al auto y cada mal movimiento le parecía gravísimo, se bajó con el mismo cuidado y pidió que la llevarán en silla de ruedas hasta el segundo piso. Quizá exageraba, pero nada le importaba más que salvar a su bebé.

En cuanto la obstetra la vio llegar, decidió atenderla. Sus amigas pasaron con ella al respectivo consultorio.

—No es tan grave —dijo la doctora después de revisarla—. El bebé está en perfecto estado.

—Pero, ¿El sangrado? —preguntó Rubí.

—Lo que sucede es que a lo mejor has tenido mucha actividad física en los últimos días y él quiere nacer.

—¿Cómo? —cuestionó Amelia—. Es demasiado pronto.

—Así es, por ahora es muy pronto para que el bebé nazca igual no puedo decirte que son síntomas de aborto porque ya has superado el tiempo en el que es posible que esto ocurra. Lo que se ha presentado es señal de parto prematuro, pero lo podemos controlar.

—¿Qué se debe hacer en este caso doctora? —preguntó Amelia.

—Debes volver a casa y olvidarte de cualquier actividad física, voy a darte medicamentos que también ayudarán, pero lo primordial por ahora es el reposo absoluto. Levántate solo lo necesario y evita preocuparte más de la cuenta.

—Tranquila doctora que nosotros nos encargamos de eso —dijo Rubí.

Después de dar las recomendaciones, la obstetra puso en observación a Amelia hasta que dejó de sangrar gracias a medicamentos que aplicó con inyección.

—Ahora puedes volver a casa y seguir las indicaciones que te mencioné antes. Puedes estar tranquila tu bebé está sano y salvo —mencionó la doctora.

Las tres regresaron a casa y dejaron a Amelia en su habitación para que descansara, era bastante tarde por la noche y tenía que dormir.

Al día siguiente redactó su renuncia para el trabajo y la envió con una de sus amigas, le pareció extraño tener que abandonar lo que más le gustaba hacer, pero su hijo era lo más importante en aquel momento. Por fortuna tenía algunos ahorros y aún le debían dinero de eventos extra en los que había participado.

Los días fueron transcurriendo hasta convertirse en semanas y luego en meses.

El bebé siguió creciendo hasta hacer parecer el vientre de Amelia redondo como la luna llena. Cada movimiento y cada patadita eran motivo de felicidad para ella, no veía la hora de que llegara el momento de sentir los dolores que indicarían la llegada de su príncipe.

Perla y Rubí se encargaron de hacer las compras correspondientes para tener listo todo lo necesario la hora del parto estaba cada vez más próxima, aunque para Amelia los días pasaban lentamente.

Era sábado por la mañana cuando Amelia comenzó con las contracciones, al inicio no prestó mucha atención al dolorcillo de vientre que sintió, pero poco a poco el dolor fue llegando con mayor intensidad. Para el atardecer se sentía muy bien así que decidió no decirle nada a sus amigas. Perla estaba fuera de casa en aquel momento y Rubí estaba atenta a lo que se avecinaba; el día siguiente era la fecha probable de parto así que estaba al pendiente del más mínimo movimiento de su amiga.

Antes de irse a dormir Amelia volvió a sentir contracciones leves que ya no se quitaron, por el contrario, se fueron intensificando poco a poco. Ella era fuerte y soportaba muy bien cada contracción. De vez en cuando pensaba «Entre más fuerte es el dolor, más cerca estoy de conocer a mi hijo» aquel pensamiento era su anestesia.

Perla llegó a casa el domingo por la mañana justo cuando Amelia y Rubí iban camino al hospital.

—¿Cómo te sientes? —preguntó Perla.

—Bien, estoy bien. Duele, pero lo soporto.

—No ha dormido nada —dijo Rubí.

—Me imagino que tú tampoco —replicó Perla.

—Bueno ahora lo importante es que todo termine y que el bebé nazca bien —mencionó Amelia.

La futura madre hizo lo correspondiente para ingresar a la sala de labor y parto. Sus amigas permanecieron junto a ella en todo momento.

Las enfermeras hicieron los preparativos necesarios; le checaron la presión, hicieron examen de glucosa, revisaron su hemoglobina y le pusieron el suero indicado por vía intravenosa. El trabajo de parto avanzó lento, pero seguro.

Para el mediodía Amelia comenzó a quejarse y cuando la checaron se dieron cuenta que el momento había llegado. Ella explotó en felicidad al enterarse que en unos minutos tendría en brazos a su hijo.

De pronto el dolor se volvió insoportable y tenía ganas de gritar.

—Ya no puedo —dijo.

—Claro que puedes —le respondió la doctora—. Ahora es cuando te necesito concentrada —le pidió.

—Me duele mucho —se quejó.

—Vamos, haremos esto juntas —le explicó.

La llevó hasta la sala de partos y la acomodó en la camilla adecuada. Perla y Rubí se mantenían al margen de mencionar palabra, solamente observaban como su amiga se quejaba de dolor.

—Cuando yo te diga, debes pujar —indicó la doctora.

Amelia la miró confundida y sintió miedo.

—No puedo hacerlo —se lamentó con lágrimas en los ojos.

—Si puedes, anda puja —le suplicó.

—Vamos tú puedes —decían sus amigas.

Amelia inspiró con intensidad e hizo toda la fuerza que podía.

—Muy bien, lo estás haciendo perfecto—. Puja —volvió a decir.

Así se pasaron unos minutos, Amelia quería darse por vencida al sentir que estaba haciendo su mayor esfuerzo y el bebé no nacía.

—Tenemos que hacer un último intento, yo sé que puedes. Tu hijo va a nacer —expresó la obstetra.

Amelia jadeó a causa del cansancio, estaba completamente sudada y sentía que iba a morir, el esfuerzo estaba debilitando su cuerpo. Inspiró profundamente y pujó con mucha fuerza. Las voces a su alrededor se volvieron débiles y todo se puso oscuro, segundos después despertó y vio que su bebé estaba de color morado.

—Mi bebé... MI BEBÉ —gritó

Pensó lo peor cuando no escuchó su llanto, pero todo era culpa de los nervios ya que su bebé sí estaba llorando.

—Tranquila —dijo la doctora colocando al recién nacido en el pecho de Amelia.

Ella lo miró y sonrió, después lloró de felicidad. «Es tan hermoso» pensó. Lo había imaginado diferente; lindo, pero no tanto.

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