8. ¿Dónde está Mateo?

Después de varias semanas y de hacer las averiguaciones correspondientes, Bruno confirmó que era el padre de Mateo.

—Maldita perra ¿Cómo fue capaz de ocultarme un hijo a mí? —preguntaba molesto.

—A lo mejor fue por miedo —respondió John, mano derecha y hombre de confianza de Bruno.

—Como sea, sabes que Rita no puede enterarse que ese niño es mi hijo. Es más, nadie puede saber que lo es.

—Comprendo jefe. ¿Qué piensa hacer al respecto?

—Llevarlo lejos, dónde nadie sepa que existe —dijo esbozando una sonrisa maliciosa.

—Eso es secuestro —replicó John al mismo tiempo que se llevaba una botella de cerveza a la boca.

—Claro que no, es mi hijo. Forzaré la patria potestad a mi favor sin que nadie se involucre —explicó—. ¿Además tú crees que te he invitado una cerveza para charlar de mis obligaciones como padre? —cuestionó.

—Por supuesto que no, don Bruno —respondió.

—Ocupo que organices lo que haga falta, todo debe salir muy limpio —ordenó.

—Claro que sí. ¿Cuándo quiere que se ponga en marcha el plan?

—Lo antes posible, digamos que tienes dos semanas para que coordines a dónde llevarás el niño.

—¿Está seguro jefe? —cuestionó John.

—Contéstame una sola cosa. ¿Cuándo me has visto dudar?

—Nunca señor Bruno, pero estamos hablando de su hijo.

—Un hijo que no debió nacer ¿Comprendes?

—Por supuesto.

John se fue a casa a planear cuál era el mejor momento para separar a Mateo de su madre. Pensó en múltiples opciones:

  1. Esperar a que Amelia saliera de paseo al parque y seguirla para quitarle el cochecito mientras la dejaba inconsciente. «No» pensó, demasiado arriesgado.
  2. Seguirla por la carretera y arrebatarle al bebé, después salir corriendo. «No» pensó, muy estúpido.
  3. Llegar a casa de Amelia, forzar la cerradura y llevarse al niño mientras ella durmiera. «No es el mejor plan, pero es el perfecto» dijo en silencio.

Viajó hasta un pueblo alejado de la ciudad en busca de un refugio dónde se le permitiera dejar al bebé sin involucrarse demasiado.

Una semana antes de llevar a cabo el plan, le comentó a Bruno lo que pensaba hacer.

—Don Bruno, entraré a casa de la víctima para llevarme al niño sin que nadie se entere y luego lo llevaré a un orfanato en un pueblo que queda como a cinco horas de aquí —comentó John.

—La primera parte del plan me parece bien, pero la segunda es una locura —expresó—. Debes entregárselo a alguien de confianza, alguien a quien no le importe ganar un poco de dinero a cambio de cuidarlo y ocultarlo —agregó.

—Está bien jefe, yo me encargo —respondió John.

Días después, John esperó un momento a qué en casa de Amelia no hubiera nadie más que ella y Mateo. Cuando estuvo seguro que Perla y Rubí ya se habían ido a trabajar entró en el edificio ayudado de sus artimañas de delincuente para que nadie sospechara nada.

Amelia aún dormía, John se acercó hasta ella y colocó sobre su nariz un pedazo de tela empapado de un líquido que la mantendría inconsciente por un rato. Ella se despertó asustada y quiso defenderse, pero era demasiado tarde, el químico hizo efecto en seguida proporcionándole a John minutos extra para escapar con Mateo quien dormía profundamente en su cuna. Tomó al niño de apenas dos meses entre sus manos y un pequeño peluche que estaba muy cerca para entretener al bebé si hacía falta. Después salió sin hacer el mayor ruido y subió al auto.

—Don Bruno, tengo al niño conmigo —confirmó John a través de una llamada telefónica.

—Haz lo que prosigue —indicó.

—¿Le gustaría verlo por un instante? —preguntó.

—Eres un imbécil ¿Cómo se te ocurre? precisamente porque no quiero saber nada de él es que te pido que lo lleves lejos, a otro país si es necesario —replicó y después cortó la llamada.

Mateo se quedó quieto por un largo rato, pero después se despertó llorando, era evidente que comenzaba a extrañar a su mamá y también necesitaba un poco de leche que saciara su apetito.

Amelia despertó sin comprender que estaba sucediendo, se sintió extraña, pero no recordaba nada. Para ella fue como si despertara una mañana cualquiera, caminó hasta la cuna y se sorprendió cuando la encontró vacía.

—PERLA, RUBÍ — gritaba al mismo tiempo que buscaba por toda la casa.

Se desesperó y salió a la calle gritando y buscando.

—MATEO —gritaba angustiada.

La gente de la calle comenzó a verla de manera extraña, volvió a casa y entre lágrimas llamó a sus amigas para preguntar dónde estaban y que habían hecho con su hijo.

—¿Perla tú lo tienes? —preguntó ansiosa a la espera de un sí.

—¿Tengo que cosa? —preguntó sorprendida.

—¿Tú te has llevado a Mateo? ¿Dónde están? —cuestionaba con desespero.

—Haber cálmate, no entiendo nada. El bebé se quedó en casa contigo —le dijo.

—Déjame llamar a Rubí, seguro está con ella.

Sus manos temblaban de miedo.

—No amiga Rubí salió conmigo esta mañana. Tú te quedaste dormida y Mateo contigo en tu habitación.

—MI HIJO NO ESTÁ —gritó.

—Voy para la casa —contestó Perla.

Amelia lloraba desconsolada intentando pensar que había sucedido, pero se sentía tan asustada que no sabía ni por dónde comenzar, no se le ocurría absolutamente nada. Ella estaba bloqueada por completo. Sus amigas llegaron y llamaron a la policía; misma que determinó que no había una tan sola pista que indicara que se trataba de un secuestro o algo parecido. Los vecinos miraban tan escasas veces a Amelia después de su embarazo que ni siquiera sabían que tenía un bebé.

—¿Piensan que estoy loca? —les preguntó a los agentes.

—Claro que no, pero es muy extraño lo que dice; no hay cerraduras forzadas, no hay nada —explicaron.

—Algo tiene que haber. QUIERO A MI HIJO CONMIGO —les exigió.

—Tranquila, haremos lo que esté a nuestro alcance para saber que sucedió, por ahora solo podemos pensar que quizá una de ellas esté involucrada.

Se referían a Perla y a Rubí quienes buscaban en la habitación cualquier indicio de lo que había sucedido.

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