7. Mateo

Mateo cumplió el primer mes de haber nacido, era un niño afortunado, sin duda lo era. Tenía unas tías locas que lo adoraban y una madre que daba la vida por él, pese a su situación lo único que deseaba era llenar de amor a su pequeño y cuidarlo por el resto de sus días. Lo demás salía sobrando.

Desde que Amelia dejó su trabajo como bailarina de ballet en uno de los teatros más importantes de la cuidad pasaron muchas cosas de las que no tenía detalles. Perla y Rubí eran dos mujeres muy alejadas al entorno en el que se manejaba Amelia, así que no era de extrañarse que no pudieran brindarle información suficiente de lo que había sucedido allá afuera mientras ella pasó los últimos meses en reposo absoluto para que su hijo naciera a término.

Para celebrar el primer mes de vida de Mateo, Amelia quiso salir a dar un paseo. Un poco de aire fresco era justo y necesario.

Sus amigas se encontraban en sus respectivas labores y ella estaba sola en casa, así que decidió salir a caminar por el parque en compañía de su bebé.

—Vamos te voy a llevar a conocer los árboles, el cielo y un hermoso lago que hay muy cerca de aquí —le dijo a su hijo quien dormía profundo.

Mateo a penas se movió mientras su mamá lo acomodaba en el coche. Era un niño precioso; tenía la piel clara, pero no blanca. Su cabello era negro igual que el de su madre, sus ojos eran como dos hermosos luceros que iluminaban todo a su alrededor y su boquita era tan pequeña que parecía de mentira, además tenía los labios en un tono rosa muy llamativo. El niño estaba muy sano y se notaba en todo él.

Amelia salió a la calle y avanzó hasta llegar al parque; se sentó por un instante en una banca junto al lago y tomó a Mateo entre sus manos, admiró su belleza igual que solía hacerlo todos los días a cada instante, lo pegó a su rostro y le dio un beso en la frente, su aroma la invitó a inspirar profundo. Agradeció por su hijo y en silencio le contó cómo había salvado su vida, le contó cómo a pesar de lo que había sucedido lo aceptó sin prejuicios de ningún tipo y se propuso ser la mejor madre del mundo.

—Sigo sin comprender que hice para merecerte —le susurró muy suave al oído.

Mateo respondió con un sollozo al mismo tiempo que se acomodaba en el pecho de su madre. Era hermoso apreciar aquella escena tan tierna.

Amelia se distrajo observando los cisnes en el lago, después miró como los patos disfrutaban del agua sin ninguna preocupación, vio a su alrededor «lo bella que es la naturaleza» pensó.

Se sentía en paz, en armonía y pese a que sabía que dentro de ella había pedazos rotos, rabia y resentimiento no dejó que los recuerdos del pasado ocuparan el lugar de la tranquilidad que sintió en aquel momento. Después se puso en pie y se dispuso a seguir caminando bajo los enormes árboles.

—Vaya, pero miren quien está por aquí.

Una voz femenina se hizo escuchar.

Amelia acomodó a Mateo con rapidez dentro del coche y se giró para observar de quién se trataba, no le causaba gracia tener que saludar, pero tampoco podía ignorar a su excompañera.

—¡Rita! —exclamó.

—Cuanto tiempo —dijo Rita.

—No exageres, solo unos meses —contestó Amelia.

—¿El bebé es tuyo? —preguntó.

—Sí —contestó.

—Vaya que sorpresa, todas en el trabajo planteamos diversas hipótesis del porqué renunciaste, pero a nadie se le ocurrió un embarazo.

—Me imagino que todas pensaron las peores estupideces —replicó Amelia.

—¿Y quién es el padre?...

Rita no había terminado de hablar cuando Bruno la interrumpió. Amelia se asustó y no sabía qué hacer, no imaginó encontrar al padre de su hijo en el parque, de hecho, fue el último lugar en el que pensó lo volvería a ver. Bruno la observó con determinación y esbozó una sonrisa burlona. Ella se puso seria y recordó con odio el instante en el que aquel animal había abusado de ella. Estuvo a punto de quebrarse y de llorar frente a él, pero al final se controló. Desde aquella noche no había tenido la oportunidad de tenerlo frente a frente y nunca se preparó para cuando el momento llegara.

—Tengo que irme —dijo Amelia temerosa de lo que pudiera suceder.

—¿Es tu hijo? —preguntó Bruno sin ningún escrúpulo.

—Si amor —respondió Rita—. Imagina que nadie supo —agregó.

—¡Vaya, son novios! —se sorprendió.

—De hecho, somos esposos, nos casamos hace un par de meses —contestó Bruno.

—¡Felicitaciones! —exclamó con sarcasmo.

Rita y Bruno se abrazaron, también se dieron un beso en la boca y sonrieron.

—Me retiro —dijo Amelia al mismo tiempo que daba media vuelta para marcharse del lugar.

—¿Cuánto tiene tu bebé? —interrogó Bruno.

Amelia se detuvo y se quedó en silencio. El miedo la atormentó y se sintió confundida.

—Algunos meses —respondió y se marchó.

Bruno y Rita casados, se repetía a cada instante. Hombre, pero si son tal para cual. Por ahora no le importaba la vida de ellos sino la suya y la de su bebé. Quizá Bruno no estaba interesado en saber nada respecto a su hijo y eso era más que suficiente para ella, era obvio que la obsesión que un día sintió por tenerla había terminado y ahora la miraba como una mujer más, pero Bruno era impredecible y en cualquier momento podía salir con no sé cuántas barbaridades. No era bueno confiarse, así que lo mejor fue volver a casa.

Mientras tanto Bruno no iba a quedarse de brazos cruzados. No, teniendo en cuenta que tenía un hijo con aquella mujer a la que había deseado tanto como a ninguna otra deseó. Así que no tardó en planear su próxima jugada, nadie tenía el derecho a ocultarle cosas tan importantes. «Conmigo nadie juega» pensó para sus adentros.

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