2. Miedo y flores negras

Bruno era un empresario al que le gustaba hacer negocios turbios para incrementar las ganancias de una fábrica de zapatos que era de su propiedad. Él estaba acostumbrado a conseguir lo que deseaba incluyendo mujeres; jóvenes en su mayoría. Ofreciéndoles dinero y regalos costosos se volvían presas vulnerables y fáciles de pescar. Todas llegaban hasta sus brazos sin mayor trabajo y esfuerzo. Con Amelia había sido la excepción; ella le dejó claro desde un inicio que no era una mujer como las que estaba acostumbrado a tratar y esa era la razón por la que la deseaba físicamente de una manera perturbadora.

—Claudia —llamó a su asistente.

—Ordene, don Bruno —respondió ella.

—Necesito que compres una joya, algo magnífico, una pulsera o un collar.

—Por supuesto que sí —dijo Claudia.

—No importa el precio, solo asegúrate que sea tan hermosa que impresione a cualquier mujer.

—Entendido —contestó cerrando la puerta detrás de ella.

Él pensó que con aquel detalle lograría tenerla por fin.

—Serás mía, antes de lo que pensaba —dijo Bruno en silencio.

Su seguridad lo excitaba y pensar en ella le hacía explotar. No paraba de observar el reloj, pendiente de la hora en la que tuviera que marcharse a uno de los teatros de la ciudad.

Por su parte Amelia despertó perezosa, ese día no tenía ánimos de hacer nada, pero los compromisos le exigían responsabilidad. Por la noche haría una de las presentaciones más importante del año así que durante todo el día estuvo preparando su vestuario. Por la tarde fue al salón para consentirse en lo que más le gustaba; cabello, uñas y quizá un facial. Justo a la salida del mismo se encontró con Bruno, él la había estado siguiendo durante los últimos días y no pudo resistir la espera hasta la noche para sorprenderla con el regalo que le tenía.

—Pero si estás preciosa —se escuchó a lo lejos.

Ella se giró para ver de quién de trataba, puesto que por el ruido de la ciudad le costó identificar el timbre de vos.

—Tengo un obsequio para ti —dijo Bruno cuando llegó junto a ella.

—Le agradezco, pero no quiero nada suyo.

—Estoy seguro que te va a encantar.

—Y yo estoy segura que no le recibiré ese regalo, así como a pasado con los anteriores.

—Deja que te muestre y luego hablamos —insistió.

Sacó una caja negra de terciopelo y la abrió; dentro había una preciosa pulsera de oro blanco con una esmeralda en el centro.

—Vaya —expresó Amelia—. Debe ser muy cara —agregó.

—Es una joya costosa y es toda tuya —respondió él.

—Es que no la necesito —le dijo.

—Las mujeres siempre necesitan joyas —comentó Bruno.

—Debe ser que no soy una mujer, porque no encuentro otra explicación —añadió al mismo tiempo que daba media vuelta para marcharse del lugar.

—Maldita, perra —murmuró—. Yo quería por las buenas, pero me has obligado a que sea por las malas —terminó.

Amelia llegó a su departamento y se acomodó en el sofá de la sala. Se sentía muy nerviosa por lo que había sucedido, era una cosa preciosa aquella pulsera, lo que daría quien fuera por tenerla. Tan solo pensó en eso por unos segundos, después se sintió satisfecha por haber hecho lo correcto, ella no valía una simple pulsera de oro, ella valía muchísimo más.

—¿Estas nerviosa? —pregunto Perla.

—Un poco —dijo ella.

—Te prepararé un té, se nota en tu cara el miedo que tienes —aseguró.

—Es un evento muy importante —explicó Amelia.

—Ya has tenido de los mismos y no te pones igual —comentó Rubí.

—¿Quieres que vayamos contigo? —propuso Perla.

—No, ¿Cómo creen? Ustedes tienen muchas cosas que hacer, todo va a estar bien —aseguró.

—Si cambias de parecer solo nos avisas.

—Por supuesto contestó y se puso en pie.

Amelia tenía un mal presentimiento sobre aquella noche;

—Pero, ¿Qué puede salir mal? —pensó.

Revisó su vestuario y estaba todo intacto, decidió irse temprano así calentaba y ensayaba mínimo una vez. En la calle sintió como una miraba penetraba su ropa y su piel, se sintió extraña, observó a su alrededor, pero no había nadie. Respiró profundo y avanzó.

La hora había llegado, estaba todo listo para el inicio del evento; sus compañeras dieron la función correspondiente, mientras ella esperaba su turno, los nervios se hacían más intensos, sabía perfecto que no era por la función. No era la primera vez que llenaba el teatro. Minutos antes de su presentación recibió un ramo con flores negras. Aquel detalle solo detonó todo lo que en ella se había formado, su presencia en el escenario fue tonta de inicio a fin; hubo más de tres equivocaciones. Mientras danzaba podía percibir como sus compañeras se reían de ella y hasta imaginaba como su jefa le reclamaba por tan mal espectáculo. En cuanto acabó fue directo al camerino.

—¡Que hermosas flores! —exclamó una de sus compañeras.

—A mí me parece algo tétrico —mencionó otra de ellas.

—El negro es lindo —comentó alguien más.

—Debe ser que te vas a morir —dijo Rita, refiriéndose a Amelia.

Ninguna de las jovencitas ahí presentes dijo nada. Para Rita era costumbre molestar a Amelia en cambio la última siempre terminaba por ponerla en su lugar. La relación entre ambas era cada vez peor, Rita le tenía mucha envidia al éxito de Amelia eso no era un secreto para nadie, pero aquella noche Amelia simplemente la ignoró.

Pronto las muchachas se retiraron. Rita tenía una fiesta en casa de sus papás dónde todas excepto Amelia estaban invitadas. Organizar una celebración de último momento no le fue nada complicado, no después de recibir como recompensa una pulsera de oro blanco con dije de esmeralda.

—Al fin solos; tú y yo —dijo Bruno entrando por la puerta principal.

Amelia dio un respingo en su asiento y se puso en pie de prisa.

—Usted no puede estar aquí —le advirtió.

—Pues aquí me tienes. Por ti, hago hasta lo imposible.

Su voz era patética y sus gestos aún peor, Amelia estaba muy asustada, entonces comprendió la razón de sus nervios que pese al término de la función aún seguían acompañándola.

—Váyase —le pidió.

—Pero, si acabo de llegar ¿Te gustaron las flores de esta noche? —preguntó.

Ella se movió hasta la puerta para salir, pero él la cerró de un golpe y después la sujetó del cabello.

—Escúchame bien. No te atrevas a gritar o te mato —advirtió mostrando un pequeño cuchillo.

—Pues MATEME —gritó.

—Eres una tonta —le dijo en el mismo instante en que presionó un poco la navaja para hacer una herida muy superficial.

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