Adara
Nos fundimos fuerte en un abrazo interminable, me besaba en la frente, era imposible no llorar. Era más alto, desde hace años me sacaba más de una cabeza; ya no era ese delgado y escuálido niño rubio de centelleantes ojos azules. Ahora era grande, fornido e irreverente, leal a su familia, desde la carta recibida por nuestro padre. Cuando cumplió los dieciocho años se le vio un cambio notorio.
Se enfocó arduamente en los estudios de su carrera y sacó dos al mismo tiempo: administración en gerencia y la otra era negocios en internaciones. Se convirtió en un joven responsable en sus deberes académicos y laborales, pero un impertinente, sobrado, un tanto arrogante que cree poder contra el mundo. De igual manera, lo amaba con toda mi alma.
—Estás aquí.
—No, soy mi espíritu. —Le di un pellizco, papá sonrió, Egan hizo un gesto fingido de dolor—. ¿No me estás tocando?
—Sabes a qué me refiero. Y muchas gracias. —Sus ojos azules iguales a los míos, herencia de nuestro padre.
—Debemos part