Adara
El antojo me despertó. No era mentira, se hacía agua mi boca. Julián seguía durmiendo profundo. Salí de la cama, busqué la ropa interior, luego una sudadera, camiseta de mi marido, ya que las mías por nada del mundo bajan de la barriga. Llegué a la sala, eran las cuatro de la tarde, no dormí mucho, prácticamente nada. Pero estas ganas de helado no se quitaban. Al abrir la nevera no se me antojó nada, acaricié la barriga.
—Helado, eso deseamos.
Tomé las llaves. Si me ven bajar los guardaespaldas, de seguro me siguen. No creo que pase algo. Antes de salir del apartamento recordé el dinero. Volví a la habitación, tomé el pequeño bolso donde tenía mis documentos personales como tarjetas, dinero, también tomé el rosario y lo guardé. Se había convertido en un amuleto. Julián seguía profundo, espero no se dé cuenta de mi salida.
Una vez en la recepción, saludé a los porteros, salí. Tenía varios meses de no saber lo que era caminar sola. Como algo tan insignificante se vuelve anhelante