260. La Reina y la Princesa
La amenaza de Mar no fue un grito. Fue un susurro de hielo que pareció bajar la temperatura de la caverna. Elio se detuvo, no por miedo a su poder —aún se consideraba inmensamente superior—, sino por la pura y desnuda sorpresa. Era la primera vez. La primera vez que la humana patética, la bruja de agua, la aprendiz, se atrevía a desafiar su autoridad de Alfa de forma tan directa.
La miró. Vio sus ojos, ya no azules, sino del color de un cielo de tormenta, brillando con una luz elemental. Vio las finas escamas iridiscentes que ahora le cubrían los antebrazos como una armadura natural. Y vio el agua del suelo del laboratorio, los restos del líquido criogénico, arremolinándose lentamente a sus pies, respondiendo a su furia.
No era la misma chica que había rescatado del manicomio. Ya no. Selene, incluso muerta, había logrado lo que él no esperaba: había convertido a la hiena en una leona. O en algo mucho más extraño.
—¿Me estás amenazando, bruja? —dijo Elio, y su voz fue un ronroneo bajo