El zumbido de la cápsula criogénica pasó de ser una vibración a un rugido sordo, el sonido de una maquinaria arcana despertando de un largo sueño.
El líquido azul en su interior, antes sereno, ahora hervía con una luz interna, iluminando el rostro dormido de la madre de Selene con un resplandor fantasmal. Monitores que antes mostraban signos vitales estables ahora se llenaban de gráficos erráticos, de picos de energía que no tenían sentido para la ciencia humana.—Está drenando su fuerza vital —dijo Selene, su voz fue un susurro de horror y comprensión—. No es una transfusión de sangre. Le está robando el alma.Leonardo Lombardi observaba el proceso desde su plataforma, sus ojos brillando con el éxtasis de un sumo sacerdote en pleno sacrificio. No les prestaba atención. Para él, ya no existían. Eran simples espectadores